La «Mariblanca»

La «Mariblanca»

Sergio V

30/12/2018

Hay lugares y lugares con encanto; hay sitios y sitios privilegiados; como yo diría después de compartir con ella tantos y tantos años, hay calles y calles. Espléndida desde sus inicios, llena de elegancia y distinción, fue lugar de recreo de reyes, cerca del teatro centenario por donde pasaron todas las estrellas de la época; atraviesa todo el pueblo y surca la plaza más esplendorosa, donde vive servidora.

Mil historias, leyendas y variados chismorreos existían sobre esa recóndita y vetusta vía; algunos decían que susurraba con el paso del viento las últimas palabras de todos los caídos por la gloria de su patria; otros aseguraban que cada vez que llovía lloraba por los estúpidos conflictos ocurridos entre sus portales, en la oscuridad de las esquinas de cada uno de sus arcos. Del frío asfalto retornaban gotas de los ríos de sangre derramados con virulenta violencia, a veces entre enemigos, otras entre hermanos, todas sin sentido, sin razón, atormentados por las envidias, desconcertados por las mentiras. Todos aseguraban que tenía vida, ¡sí, vida propia!, y desde el principio de los tiempos siempre había sido testigo de todos los acontecimientos; apoyaba revoluciones, disfrutaba de las victorias, renegaba las derrotas.

Mas como testigo de revoluciones, yo la vi repleta de personas, por la gloria del nuevo monarca, todos le azuzaban, esperaban su reinado, creían iba a cambiar sus azarosas existencias, por eso le llamaron “el deseado”. La ignorancia siempre es más manejable; te ofrecen el cielo, te ofrecen el paraíso y luego una vez conseguidos sus objetivos, ni lo uno ni lo otro. Así eran aquellos labradores, aturdidos por falacias, por embustes dirigidos a manipular sus actuaciones, derrocaron al primer ministro; esperaban una aclamada victoria, sin embargo los engañaron y no obtuvieron nada. Yo los veía desde mi plaza, la avenida reía, porque ya era muy veterana y no le engañaban. Las malas bocas decían que fue ella quien preparó toda la trama, hizo correr un rumor envenenado, incitó a terminar con las indiscriminadas tropelías de los dirigentes, ya que no era de su agrado ver al primer ministro en el lecho de la monarca.

Luego vino la “francesada”, ella era una bruja y los apoyaba; después de engañar a los pueblerinos ahora parecía como si fuera su turno; le gustaba sentir sus pies en su espalda, los veneraba, estoy casi segura le chivaba todo lo que oía a su amigo “Pepe”, el de la botella. Pero ellos también se fueron, mejor dicho los echaron, perdiendo vidas y derramando sangre, parecía ser lo que buscaba.

Sin duda pasaron muchos años y estuvo más tranquila, los problemas estaban más al norte, cuando falleció “el deseado”, ‹‹por cierto siempre se preguntaron porqué así lo llamaron››, dejó todo dividido entre su hermano y su hija. Y luego dicen que la familia es lo más importante. Fueron años sosegados, aunque siempre mantenía el fuego de las pasiones de los jóvenes que ocultos entre sus esquinas se regalaban caricias y besos, vetados por la cultura de la época. Ella disfrutaba saltándose las reglas, siempre lo hizo, sin importarle las consecuencias. Yo seguía observando el pasar de los años, como iba afectando a su aspecto, su apariencia varió desde la tierra a la piedra, para cambiar al asfalto y más tarde volver a la piedra. Desde luego estos que manejan los dineros, lo gastan con mano ancha; me pregunto si hacen lo mismo cuando manejan lo de sus propios bolsillos. ¿Seguro que les cuesta más deshacer y volver a hacer lo hecho? ¡Seguro!

Ha soportado sequías, tormentas e inundaciones, pero sin duda alguna aquello que más la dejó marcada fue la matanza entre hermanos, entre vecinos del mismo barrio. Ya decía ella que cuando termina un régimen y empieza otro nuevo no debe significar una vida mejor. Yo mismo observé como una turba descontrolada intentaba quemar la antigua iglesia que durante tantos años había sido mi fiel compañera, aguantamos las charlas, los desvarios de la alocada vía. A punto estuvo de arder y terminar en añicos. Los dos sabíamos que de nuevo había sido ella la agitadora, la puñetera, con sus embustes con sus falacias. Hablaron mal de los pobres sacerdotes, manipularon a las gentes, como si el nuevo orden fuera a traer la estabilidad y el reparto por ella deseados. Desde aquel día empezó a caerme mal. Vi matar a hermanos, a primos, a familias enteras despedazadas por culpa de ideales, de políticas embusteras. De nuevo prometían lo imposible y sin embargo, sólo vi dolor, sufrimiento, muerte y condenas. Esta vez fueron tres años y meses, de venganzas, de sangre, de miserias.

Ahora lo que me faltaba, me cercan y me dejan sin poder ver mi querida e idolatrada plaza, estoy casi segura que todo es cosa de ella, de esa terca y embustera callejuela. Desde que no hablamos está enfadada, desvaría, no me fío de sus intenciones. Llevo varios meses sin ver a mi querida compañera, sólo veo chapas color plata. Empiezo a estar verdaderamente preocupada, me van a mover fuera de casa. Llevo años en mi adorada plaza y es la primera vez que salgo a la aventura, espero que sea provechoso, me sentía un poco entumecida.

Después de una buena temporada vuelvo a mi lugar, a mi querida plaza. Allí sigue esta enreda, tan pulcra, tan bella. No soporta mi silencio a sus farsas, a sus embustes, buscando siempre crear disputas, porque gusta del sabor de la sangre, de la batalla y de las grescas. Yo la ignoro, sé que es una lianta, pero sigue y sigue, no comprende que yo soy una simple estatua.

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