Recuerdos que hacen vivir

Recuerdos que hacen vivir

Me despierto al sentir la luz brillante en la cara. Otra vez este viejo se ha estado desvelando. Suelto un gruñido y me tapo la cara con las cobijas. “Ya voy Ester, solo me pongo la pijama”. No digo nada y me vuelvo a dormir.

Me levanto a las 10, me lavo la cara y me dirijo a la cocina. Tomó unos huevos y enciendo la estufa. Prendo la vieja cafetera por que aun no logro entender como funciona la nueva. Mientras se calienta la estufa salgo por la puerta de la cocina hacia un pequeño jardín lleno de macetas y frutos. Tengo papayas maduras, duraznos y chiles. Desde hacía tiempo la fruta se nos hecha a perder pues aquí en la casa somos solo dos donde antes éramos siete. Incluso llegamos a regalarle fruta a los vecinos con tal deque no se desperdiciara, pero eso ya hace varios años. Desde donde estoy me llega el olor del jazmín que me regalo mi mama antes de morir.

Escucho ruido y veo a mi viejo con cara somnolienta. Preparo los huevos y nos sentamos a desayunar. Como yo cocino el lava, así que termino mi café tranquila. La casa es grande y silenciosa. Antes, siempre llena de vida, pero no me siento sola por que tengo a mi viejo. “Falta leche” le digo, “Y pan” contesta. “¿Te desvelaste mucho ayer?”pregunto, a lo que contestó “Solo estaba rezando”.

Salimos ya cambiados y bañados, tomamos la ruta más fácil al Soriana pues vamos a pie. Pasamos por grandes y viejas casas antes habitadas donde las plantas ya se han marchitado y a la cochera lucía una capa de tierra. Resulta melancólico tomar esta ruta y recordar los tiempos en los que las macetas eran verdes y las comadres barrían las cocheras. Esos tiempos cuando la colonia estaba llena y aun teníamos vecinos. El ultimo en irse fue Don Juanito, su casa ahora esta en remodelación, idea de sus hijos quienes heredaron la casa.

El regreso resulto tranquilo, yo llevaba los huevos y Vite la leche y una bolsa de toronjas que habíamos recogido. Guardamos las cosas y nos sentamos en la mesa de la cocina. Ya estábamos cansados, 76 años no cualquiera. Vite y yo llevábamos casados 50 años, habíamos tenido 5 hijos los cuales se esparcieron por el mundo para cumplir sus sueños. Al principio no importo mucho, seguían visitándonos en navidad y unas cuantas veces al año. Ademas no estábamos tan solos como ahora, era de esperarse, los viejos van desvaneciéndose uno por uno, y así había pasado, hasta quedar el y yo. Temía el día en el que la muerte llegara a apuntar a uno de los dos y el otro tuviera que vivir en los recuerdos, de nuestros hijos, nuestros vecinos y nuestros amores.

Mi hijo mayor había llegado de visita, vestía un traje negro y traía unas flores en mano. Me saludo con un abrazo apretado y pregunto “¿Como lo estas llevando?”, “¿el que?” pregunte. Me volvió a abrazar y puso las flores en un jarrón. Abrió el refrigerador y acto seguido lo cerró «Te llevo a Soriana no hay mas que huevos ahí adentro», se subió las mangas y se puso a lavar los trastes sucios . “¿No piensas saludar a tu padre?” Armando volteo y me miro con ojos cansados y me repitió “Mama no estas sola, pero tampoco estas con papa”.

Fue ahí cuando caí en cuenta de que yo era quien vivía entre recuerdos. Recuerdos azotados en las calles, en las casas y en los rostros. Recuerdos que me inundan en sueños. Recuerdos que vienen con aromas y caricias. Recuerdos que me hacen vivir por que sin ti ya esto muerta.

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