Aquí empieza tu aventura, le dice el muchacho a su enorme caja de cartón donde está mañana envolvía su gran regalo de Reyes.

-¿Dónde acabara?

Se dice así mismo. Desafortunadamente está acostumbrado a ver por el barrio varias cajas como la suya dando cobijo a viejos o jóvenes por las noches.

-Es fuerte y resistirá bien un par de noche.

Vuelve a pensar el chico, que le ésta costando deshacerse de ella.

No sabe muy bien porqué se acuerda de esa pareja de chavales que pernoctan por los alrededores en alguna de esas cajas de cartón. Coincide con ellos casi todas las noche cuando sale a acompañar a su padre a que Pelusa haga su último pis.

-Ésta les vendría de perlas.

Dice en voz alta emocionado. Pero la emoción le dura más bien poco. Nota como una mano por encima le dice:

– ¿Por qué tardas tanto en subir?.

– ¿Sabes el frío que está haciendo?

El muchacho se da la vuelta y dice:

– Papá, no sé donde dejar la caja de cartón, me gustaría que la pudiesen aprovechar esta noche.

– ¿Aprovechar? ¿Quién?

– Hay unos chavales que suelen dormir por aquí en los soportales, y me gustaría esperarlos para darles la caja. Es buena y les vendrá muy bien. Estoy seguro que hoy no pasaran frío.

El padre, le mira y dice:

– Espera aquí, ahora bajo.

El chaval, mira a su padre y afirma con la cabeza.

Al poco tiempo, se abre de nuevo el portal y aparece el hombre con dos abrigos en la mano.

-Venga, vámonos.

Él, obedece sin rechistar, se pone el abrigo mientras su padre arrastra la caja de cartón.

– ¿Vamos a buscar a los chicos?

Dice emocionado.

– No

Responde el padre.

– ¿Entonces?

– Tu y yo ésta noche vamos a dormir dentro de la caja.

– ¿En serio papá?.

Pregunta ilusionado.

– Si.

Buscan un sitio donde poner la caja de cartón, ha tardado en decidirse, los mejores sitios dentro de los soportales están ocupados, los que quedan están húmedos y huele a orines.

Por fin dan con el lugar idóneo. Como si se tratara de un ritual, posan la caja de cartón. El padre saca una manta que llevaba colgada en el cuello. Empieza a darle instrucciones de como ponerse para dormir. Él sigue emocionado y se da cuenta que no ha cenado.

– Tengo hambre, no he cenado.

– Ya lo sé.

Le contesta su padre.

– Podemos subir a casa y que mamá nos prepare unos «bocatas».

– No, estamos viviendo en la calle. Ellos y señala alguna caja de cartón que se mueve, seguro que tampoco han cenado.

– Ya, papá. Pero tengo hambre y frío.

– Ellos, también, anda túmbate y vamos a dormir. Mañana, tenemos que madrugar para estar de los primeros en el comedor social.

– No tiene gracia, le dice. Quiero irme a casa, tengo mucho frío.

El padre de abraza y le refugia en la caja de cartón.

– Es una buena caja. Esta noche vamos a pasar poco frío

De pronto se oyen voces y risas, él enseguida se levanta y ve con asombro como los chavales a los que les quería regalar la caja se refugian muy cerca de ellos. Llevan una bolsa blanca de plástico con algunos tapers. Su padre también se ha sentado observándolos. Ellos, sentados en sus cajas empiezan a preparar el festín.

– ¿Habéis cenado?

Pregunta uno de ellos que ni siquiera los ha mirado.

– No dice el muchacho.

– Bueno, pues aquí hay comida para todos, acercaros un poco más y miremos a ver que nos ha dado hoy el bueno de Cesar.

Ésta sorprendido, mira a su padre, y este le hace una señal para que se acerque a ellos.

Realmente era un festín había un poco de todo, hasta les había dado un barra de pan. Al poco rato se acerca un hombre con un olor infernal y desaliñado, la barba amarilla de fumar y sin más se sienta al lado de ellos.

– Echemos un trago de vino

Dándole el cartón de vino al padre. Amablemente le dice que no bebe. Al hombre le da un poco igual, y da un buen trago de vino.

– Estáis muy limpios, os han pillado hoy por banda ehh.

Dice el viejo riéndose a carcajadas. Los chicos también se les quedan mirando y dicen:

– A nosotros nos tocó ayer. Si no te duchas, no te dejan pasar a dormir.

– ¿Y hoy que ha pasado?

Pregunta el padre.

– Se han quedado sin sitio. Aunque a decir verdad, estamos mejor, no tenemos a nadie dándonos la monserga.

– Verás chico, que bien lo pasamos, le dice el otro chaval.

Aunque se les cae los ojos de sueño pues han estado todo el santo día dando vueltas por el barrio sin haber comido. Hablan, ríen, hasta han jugado a un juego invitando por los chicos con una piedra. Pero finalmente caen todos en brazos de Morfeo, menos el padre del chaval que bien entrada la noche coge a su hijo en brazos y se le lleva a casa.

Al día siguiente, cuando despierta, no sabe si lo ha soñado o ha pasado de verdad, cuando pasa por el espejo de su armario, sonríe.

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