Las calles, mire usted, en cualquier ciudad, son mudos testigos de todos los acontecimientos que se desarrollan en su entorno.
A lo largo de la calle, en un loco frenesí, se observa a quienes afanados vienen y van. Se apretujan en su andar, buscando un espacio por donde pasar, como si estuviesen huyendo de si mismos, para entregarse a su propia agonía.
En las fachadas de las casas, de los edificios, o en la misma acera, se observa un sin número de avisos de todos los tamaños y colores, que hacen mención a toda clase de servicios y ventas de múltiples cosas, por ejemplo : «Antigüedades», donde exhiben cosas viejas recién envejecidas; «Se vende ropa usada, como nueva»; «Se arregla toda clase de objetos desarreglados».
Por otro lado, se ve : «Oftalmología», el profesional en sus adentros, desea que se enfermen de los ojos para curarlos; «Psicólogo», este profesional de la salud mental, desea que sufras un desbarajuste emocional, para solucionarlo; «Se fabrican llaves», este otro desea que pierdas las llaves, para hacerte otras; «Zapatero», este, desea que se te dañen los zapatos, para hacerte otros… Pasa el regulador de tránsito, deseando que te aparques en un sitio prohibido, para ponerte una multa ; el policía, sólo espera que cometas algo indebido para meterte en la cárcel; el bombero, espera que se te queme algo, para salir y apagar el fuego.
Insolitamente, el único que deseas que progreses y te vaya bien, es el ladrón, para así poderte robar lo que hayas comprado.
Las calles, con sus historias ciclicas, van modernizandose con el tiempo, por eso es que las antiguas moradas coloniales, que albergaban personajes de pretenciosas estirpes, sin misericordia alguna, van siendo reemplazadas por modernos rascacielos, que alojan una nueva generación de pretenciosos residentes.
En esa infinita maraña de oportunidades y luchas por sobrevivir en la tenebrosa selva de cemento, se pasean por las calles, muy orondos los ladrones, atracadores, fleteros, y embaucadores.
Todos buscan a sus victimas, y en el peor de los casos, una de ella cae para no levantarse jamás.
Que dura es la vida en el día a día, de las calles de mi ciudad.
Todo ha cambiado en las calles, menos los oficios y las angustias, la tristeza y el dolor de los que transitan a diario. Ellos, en todas las épocas, han venido llevando en sus almas, la misma herencia ancestral.
La indigencia, con su doloroso espectáculo, ya hace parte del paisaje. En los andenes y bulevares, yacen ancianos moribundos ,llenos de su propia soledad y dolor de muerte, sintiendo en su ser, todo el frío que le da el sol de enero en los ocasos de sus tristes vidas.
La insensibilidad de los andantes de la calle, es evidente, y desde tiempos inmemorables, llevan en sus corazones la dureza del pedernal, que los hace mirar sin ver y andar sin sentir.
Por eso no se inmutan cuando en su desenfrenado andar, encuentran a un Juan de la calle, muerto. No es su problema, con ese estricto pensamiento, acallan sus conciencias.
En las noches, el escenario de la calle cambia radicalmente, es el momento en que aparecen las Marias, con su dolor a cuestas, dispuestas a vender su cuerpo para comprar un trozo de pan.
Igualmente aparecen otros personajes, que llenos de angustias, y con la tristezas de sus adentros, por ser discriminados, salen a competir con las Marías, para calmar la lujuria y oscuras aberraciones de sus anónimosclienteson os.
De vez en cuando, la calma desenfrenada de las calles, es interrumpida por sirenas que de tanto sonar, parecen lastimosos quejidos de gente moribunda que por circunstancias de la vida, se alistan para irse al más allá.
Tambien se obseva sin que a nadie le importe, el sepelio de tercera, que silencioso y triste se desliza sin pretensiones, ni ínfulas de la gente importante.
Los entierros de primera, son un caso aparte, aún después de muertos, cuando ya nada importa, los difuntos, impertubables en su traslado, muestran al pueblo que los ve partir, su opulencia y magnificencia que no pueden llevarse. Dejando sólo un mal comentario y el fastidio de quiénes los observan.
La calle es el escenario de todo, de las luchas de clases, de las tiranías, del abandono, de lo que se construye y también de lo que se destruye.
Las barras bravas de los equipos de fútbol, en cada partido, salen a las calles con la pasión turbia y desenfrenada, con la loca intención de destruir todo a su paso, unas veces para celebrar un victoria, y otras veces para desquitarse de una amarga derrota. Asi, entre desmanes y pillaje, alguna que otra víctima mortal siempre queda tendida en cualquier esquina de la calle.
Los estudiantes universitarios, llenos de un profundo pensar y con el más grande actuar filosófico, haciendo eco a los pronunciamientos de izquierda, entran a la huelga, las marchas destructivas se movilizan por las imperturbable calles, donde dan rienda suelta a su poder destructor.
El poder de las masas, convierte sus locas actuaciones, en un alma homogénea, donde sólo hay un propósito, destruir.
Ante todos los eventos que a diario vemos, cabe un decir, » ¿si tiene remedio, de que nos quejamos?…Y ¿si no lo tiene, de que nos quejamos?, es nuestro pensar, son nuestros eventos internos, donde la energía individual que nos rige, discurre en nuestra propia realidad, que, a pesar de ser intangible, se convierte en emociones que impulsan nuestros actos, para que vayamos por la vida llevando a cuestas nuestro sentir.
Por eso que decimos, que la calle es el escenario de todo lo que sucede en nuestra ciudad, de nuestros sueños, temores, esperanzas, dudas, tristeza, dolor, deseos de vivir y también de morir, todo eso lo sentimos en las entrañas mismas de la calle, que nos ve pasar en el silencio de su muda existencia.
FIN.
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