I

De mi calle Ancha a la biblioteca C. hay pocos pasos. Como ahora es invierno voy mucho, por la mañana, cuando hace calor sólo voy para sacar algún libro o mirar algo, me salgo fuera mejor. El otro día alguien se dejó internet puesto y vi ésto, ésto del V Concurso de Historias de la calle del club. Pensé que tenía que participar.

Había que escribir sobre una calle.

Yo llevo en la Ancha desde hace mucho, y como en el concurso no dice que haya que contar cómo llegué aquí, no lo hago. Esto lo escribo porque siempre que alguien se para a hablar conmigo un rato largo al final me pregunta lo mismo. No sé muy bien el motivo, pero se lo explico y se sorprenden mucho, y nunca vuelven a decirme nada ni les veo. A mí me gustaría más hablarles de la Ancha, que es mi calle, que conozco muy bien. Y como en el V se dice que se puede hacer.

Pues aquí estoy.

Siempre me ha gustado leer, escribir no mucho, es más complicado, pero lo intento porque me parece que esta vez es importante. Así que voy a probar.

Y ya lo que salga.

La Ancha empieza donde el ayuntamiento y acaba en el río, justo. Es larga y desde un punto a otro no se ve ni el final ni el principio, hay que dar exactamente quince pasos desde el río para ver el ayuntamiento, e igual al revés. El suelo es grisáceo y brilla cuando le da el sol, por las mañanas. Hay algunas tiendas y muchas personas pasando, pero eso no tiene nada que ver con la Ancha, con la historia de mi calle. Las intersecciones entre los baldosines (o adoquines) son negros y siempre hay veintidós de un lado al otro, es decir, a lo ancho. En el centro hay unas baldosas (o adoques) muy grande también separadas. Están un poco rotos algunos y otros entre muy sucios o poco. A veces, casi todos los miércoles y domingos, la limpian unos señores con mangueras y un carro de agua, yo me subo a un banco y listo. A ellos nunca les he contado nada, para que vuelvan a limpiarla, que si no al final estaría muy sucia y me da un poco de miedo, no sé qué podría ocurrir.

Ahora que lo pienso y escribo me doy cuenta que no sé mucho más sobre la Ancha, por ejemplo, cuándo se construyó. Además, cuando sepa eso, que supongo será fácil de averiguar, ya estará toda la historia de la calle. Quizás también sea importante descubrir por qué se llama así.

Es una calle llana.

No sé que más escribir sobre mi calle.

Pero llevo unas 400 palabras y hay que hacer hasta 1000 máximo. Lo he visto arriba a la derecha en un contador.

No sé.

Me están entrando unas dudas tremendas con todo esto del V y lo de escribir.

Me salgo ya a la calle, mejor. Llevo aquí toda la mañana. Tengo que pensar y darme una vuelta. A ver si consigo algo de comer.

Mañana sigo, creo.

II

He pasado la noche sin dormir, he estado dándoles vueltas a todo esto. Ya he averiguado lo que me faltaba. Se hizo en 1903, se llama la Ancha por ser el eje central de un ensanche.

No tendría que haber participado en lo de escribir.

La Ancha ya no me gusta.

No sé, ya no.

Es muy extraño. Siento raro.

Voy a irme a otras calles, o a lo mejor puedo ir hasta el río e ir corriente abajo.

Mejor.

Ya no quiero saber nada más de las calles. Media vida así.

Me voy a hacer un experto en ríos.

Al final creo que no tendría que haber escrito nada de esto, pero ya no lo voy a borrar. A lo mejor alguien conoce incluso la Ancha, o a mí.

Así quede, sí.

O sí, o escribir quizás me haya servido para salir de la Ancha, después de tantos años. Ahora quizás sea el momento de volver.

Me voy.

Aunque todavía me quedan unas cuantas hasta las mil.

Así que voy a aprovechar para contar la última historia, la de la mujer del pelo, la más interesante de todas. Seguro que si alguien lee todo esto le gusta. Porque era una que pasaba todas las tardes, cuando quedaba poca luz para leer. Yo estaba con el libro que fuera y la veía y dejaba de hacerlo. Era curioso. Tenía el pelo muy largo y cuando se le caía uno de los tantos que tenía lo cogía al vuelo. Como si supiera todo, no como, es que lo sabía aquella mujer. Sí llovía era lo mismo. Lo recogía y lo dejaba estirado en una de las rendijas negras de la calle, con mucho cariño. Si no limpiaran toda la calle estaría llena de aquellos cabellos, rendijilla a rendijilla.

Cientos y cientos de cabellos suyos entre mis adoquines de la Ancha.

Me gusta la palabra cabello.

Aunque más potro que caballo y tampoco caballa ni cebolla.

Pero da igual.

Se levantaba y desaparecía al final girando a la izquierda, por donde el río. Me quedaba mirando el río y volvía a leer, porque quedaban todavía unos minutos hasta que el sol se fuera.

Ahora que lo pienso siempre era el mismo tiempo, unos cinco minutos, lo que quiere decir que ella acompasaba su pasar por la calle Ancha con el sol. No podría ser de otra manera. Si no es que es imposible que siempre cuadrara.

Pero ya es tarde, ya me voy.

Y la Ancha sola.

Se queda.


Vista de la Ancha con el río a la espalda

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