Aquella mañana me desperté desconcertado… confuso. No sabía que hacer, ni que decir, no sabía donde me encontraba. Lo que si recuerdo es que estaba en una habitación completamente blanca sin ventanas. Estaba solo. Rodeado de máquinas que no paraban de sonar. De un momento a otro vi que entró en la habitación una mujer. Era mi madre. Ella se entusiasmó al verme despierto, yo me entusiasme al ver su sonrisa, le pregunté ¿dónde me encuentro? De un momento a otro su rostro cambió. Se puso pálida, comenzó a temblar, le salían lagrimas de los ojos, no sabía que decir. Me encontraba muy débil y muy cansado. Ella me decía lo mucho que me amaba, y la cantidad de cosas que nos quedaban por hacer. Yo, intentando sonreír, le decía que estaba deseando hacerlas.

La verdad es que es duro, que con tan solo 15 años, cuando estas en la flor de la vida te diagnostiquen una enfermedad terminal. Es duro. Es realmente duro. Y no solo para quién la sufre, sino aún mas para quien te ve sufrirla, sin poder hacer nada. Hasta ahora mi vida ha sido una continua rutina de visitas en el hospital, cuando no era para realizarme un tratamiento era porque había tenido una recaída.

Esa mañana, en aquella habitación completamente blanca en compañía de mi madre visualicé lo que había sido mi vida. Había sido feliz. No llegué a vivir todo lo que debería haber vivido, pero realmente viví, ¿y sabéis por qué? porque viví cada día como si fuese el último día de mi vida, por eso digo con orgullo que viví. Porque a pesar de que no conocí a mi padre, conocí a una madre que fue madre y padre a la vez, que estuvo conmigo en todo momento y que fué una guerrera, porque luchó al lado mío, para poder superar esa enfermedad.

Quizás no ganamos la batalla, pero lo dimos todo en esa lucha. Ahora, con 17 años me encuentro en esa maldita habitación completamente blanca luchando al lado de mi madre, como desde el primer momento. Los 2 solos.

Pasaba el tiempo y me iba encontrando muy cansado. Realmente cansado. Mis 2 ojos se fueron cerrando lentamente… Al lado seguía mi madre, aunque, apenas la escuchaba, oía un llanto a los lejos… De un momento a otro emergí en un sueño que duraría toda la eternidad.

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