Las emociones esculpen recuerdos en piedra…

Las emociones esculpen recuerdos en piedra…

Mi abuelo paterno José era un hombre de pocas palabras, probablemente su carácter era el propio de un niño criado en torno a los 1000 metros de altitud, en un clima seco y frío de la pequeña aldea llamada Bercimuelle, provincia de Salamanca. Una población, situada no lejos del Tormes frente a la Sierra de Gredos y Piedrahita, que actualmente oscila alrededor de los 99 habitantes.

En invierno las superficies forrajeras y las ocupadas por pastos y encinas parecían muertas de frío. Ni hombres, ni mujeres ni animales asomaban; solamente las chimeneas, que dejaban escapar tímidas columnas de humo sobre el aire glacial, daban indicios de la vida interior en aquellas pequeñas casas de piedra vestidas de blanco.

Acostumbrada al clima mediterráneo de las costas catalanas viajar a Bercimuelle era toda una aventura, lo asemejaba a volver a la prehistoria, me brindaba la posibilidad de retroceder en el tiempo. Normalmente íbamos en verano, aprovechando las vacaciones. Algunas veces coincidíamos todos, abuelos, tíos, primos y aquella casa helada, vacía y solitaria se volvía a llenar de voces, de color, del calor familiar.

Hoy un misterio propio de aquellos años vuelve a emocionarme y a intrigarme. Recuerdo el último verano que compartí con my abuelo José, su afán por construir una fuente y decorarla con conchas de mar, de las que a mí me gustaban y tan lejos se encontraban de aquel pueblecito entre montañas.

Me cautivaba su mirada, aquellos ojos grandes de un azul cristalino que expresaban la emoción que sentía en aquel momento cuando le ayudaba en su construcción, explicándole porque me gustaba en aquel lugar una concha y no otra. En aquel momento, él me mirada y sin palabras, era capaz de decirme lo importante que era que estuviera allí con él, aquella mirada de corazón, de ternura… me hacía feliz.

Después del tiempo descubrí el valor de aquella fuente y es que hay detalles que cubiertos de nieve sorprenden a los sentidos. Tal vez el alma de la casa era el jardín, el sitio céntrico, el lugar de reunión junto canturreo constante del agua. Hubo una vez que de aquella fuente de valor simbólico, herencia de mar y montaña, de los hijos de mi abuelo José que vivían en provincias de interior así como los que habían echado raíces en la costa como mi padre, manaba agua y disfrutábamos de la dicha de una familia bien avenida.

Desgraciadamente con él se secó la fuente, se marchó la mirada que podía más que mil detalles, se cortaron gran parte de los lazos familiares que nos llevaban a coincidir al menos una vez al año. Desde entonces comenzaron a pesar más los detalles, sobretodo los materiales.

Dicen que hay cosas pendientes en un lugar que hacen que algún día regresemos… Nunca es tarde para regresar y aún menos para descongelar nuestra fuente de vida hoy seca por la discordia…

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