Recuerdos navideños

Recuerdos navideños

Eva Tejado Meco

29/10/2017

Navidad, esa época llena de momentos inolvidables. Las luces, el anuncio de la Lotería, los dulces, decorar el árbol junto a mi familia cada 8 de diciembre mientras de fondo suena Raphael cantando El camino que lleva a Belén o Dean Martin y su Blanca Navidad (mis padres siempre han sido unos nostálgicos)…

Las cenas familiares siempre son muy divertidas, y con la comida como gran protagonista. Mi madre y mis tías suelen preparar los aperitivos, en cantidad y en calidad: bocaditos de paté y piña, embutido de diferentes colores y sabores, mejillones, tortilla… Realmente exquisito. Para el plato principal hay pescado o carne para elegir, siendo esta última el plato estrella: el exquisito cordero de mi tío Luis. Al acabar tocan los dulces, el champán y jugar a los videojuegos con mis primos. Todavía estoy intentando ganar una partida al FIFA, pero no lo consigo.

Los recuerdos más entrañables son de mis primeros regalos de Navidad. De pequeña soñaba en la cama cada Nochebuena con qué me encontraría al día siguiente debajo del árbol. Me despertaba a las ocho de la mañana y llamaba a mi hermana llena de ilusión para abrir los regalos. Ella, con voz adormilada, me regañaba «amablemente» y me pedía que siguiera durmiendo, pero al final la convencía para que me acompañara. Ahora, con veintidós años, son mis padres los que me tienen que despertar con insistencia porque en invierno, debajo del edredón, soy difícil de convencer.

Ha habido ya veintiuna navidades en mi vida y muchos regalos a los pies del abeto, pero entre todos hay uno que significa mucho para mí. Es un perro de peluche que me regaló mi padre cuando tenía cuatro años, y es además el primer regalo que recuerdo. De color blanco y beis, tenía un pichi a cuadros blancos y rojos. Sus ojos cansados imitan a los míos cuando me levanto cada mañana y sus orejas largas bien podrían dar cobijo a otros peluches más pequeños en un día de lluvia. Lo llamé Grandullón, ya que me parecía mullido y bonachón. Desde entonces ocupa un lugar de privilegio sobre mi cama, convertida en un zoo de animales de diferentes colores y tamaños que hay que quitar y volver a poner con esmero cada noche y cada mañana. Ahora ya no tiene pichi, raído por el paso del tiempo, pero todavía me abraza cuando estoy triste y me da calor en las noches de frío.

A medida que han pasado los años he sentido cierta nostalgia de mi infancia al llegar la Navidad. Se acabaron los juguetes y vinieron los pijamas, las colonias y otros regalos menos imaginativos (aunque tengo que reconocer que soy una persona difícil de regalar). Sin embargo para mí sigue siendo una época mágica, llena de fantasía y me recuerda que pase lo que pase nunca debemos de dejar de ser niños, de creer y de llenar nuestra vida de ilusión. Así que, tengáis la edad que tengáis, sed traviesos, jugad, soñad y, por encima de todo, sed felices. Siempre.

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