En la casa de mi abuela paterna hay infinidad de pequeñas cajas decorativas estratégicamente repartidas por todo el hogar llenas de caramelos de eucalipto Respiral. No es una simple extravagancia. Mi abuela sufre de xerostomía, una enfermedad causada por el consumo de diversos fármacos que los achaques de la edad no permiten escabullir y que se caracteriza por la disminución de producción de saliva. La saliva es primordial para una enorme cantidad de funciones que ocurren en nuestro organismo pero lo más representativo que una dolencia como esta permite observar (lo que sería similar a la parte que aflora de un iceberg) es la perpetua compañía entre el aquejado y un vaso de agua, el chasquido seco e hidrópico que periódicamente emite su boca, las enormes reservas de caramelos de eucalipto que tratan de disfrazar la insaciable sed, el tacto aterciopelado de sus labios…

Cuando de pequeño visitaba a mis abuelos pasaba tardes enteras saboreando aquellos dulces mentolados, descubriendo cada nuevo cofre mientras fisgaba por la vivienda en busca de curiosidades, secretos o simplemente quemando el rato hasta que llegara el momento de volver a mi pueblo. Antes de que me diese cuenta mis bolsillos se llenaban de envolturas de Respiral hasta los topes. Cuando mi boca alcanzaba el súmum de frescor que aquellas perlas verdosas producían, sobretodo si en vez de chuparlas las mordisqueabas con prisa, me encantaba ir a la cocina a beber un buen vaso de agua fría y notar así como la suma de elementos hacía brotar viento glacial de mi garganta. Con todo esto no quiero decir que haya dejado de hacerlo sino más bien que la frecuencia de las visitas no cumple el rigor de entonces y las responsabilidades familiares de este tipo, con el tiempo, suelen perder prioridad sobre muchas otras.

Los años de padecimiento de la enfermedad de la boca seca suponen años de recarga de caramelos en las diferentes cajas de la casa y hoy día, de cuando en vez, consigo encontrar en el fondo de alguna de ellas algún Respiral que de algún modo ha esquivado el sediento consumo mentolado de mi abuela y la severa higiene doméstica de mi tía. Son mis favoritos. El dulce de eucalipto que en origen se asemeja al cristal se ha convertido en una especie de almíbar que ya ha devorado el papel cobertor e incluso tiene medio borrado el logotipo de la marca del plástico exterior. Pura expansión. La fermentación, ese divino proceso del que formamos parte, del que es imposible escapar, ha amargado un poco su sabor y si tratas de mascarlo pequeños trozos gelatinosos se pegan durante horas a los dientes y paladar.

Quizás en un futuro, cuando el desierto de la boca de mi abuela, la obsesión higiénica de mi tía e incluso yo mismo (con los bolsillos llenos de los despojos de los caramelos que me habré ido comiendo) hayamos desaparecido del juego, alguna pastilla Respiral continúe creciendo en alguna de esas cajas. No parará de hacerlo hasta rebosar de esa jaula de madera que la contiene y acabe por inundar el eco del sonido árido de aquella boca, las fotografías de gente de la que sólo llegué a conocer rumores, los recuerdos de una familia que se extingue en mi persona… sumergiéndolo todo en ese verdor neutro, en ese frescor eucalipto. Quizás, y no es ninguna locura pensarlo, al final todo se reduzca a eso.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS