Cadena de custodias

Cadena de custodias

Un cocker sobre un puff. Una mujer pasea de lado a lado gesticulando con una mano, la otra pegada a la oreja. Viste de calle, calza zapatillas de casa.

  • ─ ¿Pablo? Oye, me retraso. Llegaré para las diez.
  • ─ Entretenlos. Enséñales la fábrica. Y recuerda: ni se te ocurra entrar en materia hasta que esté yo allí.
  • ─ Venga, hastalué.

La mujer sale del salón. El cocker salta del puff, la sigue por el pasillo. La mujer aporrea en una puerta.

  • ─ ¿Papá?

Entra, el perro en sus talones. En la cama, un anciano consumido. Gira la cabeza. El perro se acerca, planta dos patas y asoma el hocico y las orejas por el borde de la cama. El hombre sonríe.

  • ─ Quita ─la mujer empuja al perro─. Papá. Papá ─levanta la voz y silabea─ Car-men-ven-drá-en-se-gui-da.

El anciano asiente.

  • ─ Tengo que irme. Llego tarde.

El anciano levanta una mano, despacio.

  • ─ Quiero ir.
  • ─ ¿Al baño?

Y sin esperar respuesta la mujer empuja al perro con el pie. Destapa al anciano, lo incorpora, le saca los pies fuera de la cama, le calza las zapatillas, lo pone tieso. Por el pasillo, la mujer conduce un tango espasmódico. El perro zigzaguea detrás. Entran al baño.

  • ─ ¡No!¡Fuera! ─el perro se queda en el umbral, mirando.

La mujer tironea el pantalón del pijama. Deja al anciano sentado en la taza. Sale. Entorna la puerta. Coge el teléfono. Antes de marcar inspecciona mangas, blusa, falda.

  • ─ Juan.
  • ─ Fatal, Carmen no llega. ¿Qué tal las niñas?
  • ─ Cabronas. Solo pasa contigo. Ya les ajustaré cuentas esta noche. Y a ti también, solo me sirves para hacerme…

El perro arranca ladrando hacia la puerta de la casa.

  • ─ Ya está aquí. Un beso.

La cerradura chasquea. El perro enmudece. Entra Carmen. Morena, gordita, de pelo azabache y ojos achinados.

  • ─ Hooola Dioscórides ─el perro salta y caracolea─. Vaaaale ─y girando la cabeza─. Buenos días, señora Cristina. Disculpe mi retraso, el colectivo se dañó en Manuel Becerra y…
  • ─ Haber cogido un taxi, Carmen. No puedes hacerme llegar tarde.
  • ─ Sí, señora.
  • ─ Sí señora no va a hacer que ya no llegue tarde. Papá está en el baño. Atiéndelo.

Carmen se encamina a la cocina. Deja una bolsa sobre una silla. Dioscórides olfatea. Sigue a Carmen hasta el baño.

  • ─ Buenos días, señor Arturo.

Arturo asiente con la cabeza. Carmen se le acerca.

  • ─ ¿Qué tal ha dormido? ¿Bien?
  • ─ Diremos que bien ─con voz que quiere ser firme. Y en voz más baja añade─ Está enfadada.
  • ─ Con razón, me retrasé mucho ¿sabe?
  • ─ ¿Para qué tanta prisa?
  • ─ Su hija trabaja mucho, es una persona importante.
  • ─ Se ha de morir igual.
  • ─ No diga usted eso. ¿Pis o caca? ¿Qué hizo?
  • ─ No lo sé
  • ─ A ver… Nada. Venga, vamos a desayunar. Tendrá usted ganas.

Arturo asiente.

  • ─ Él también ─señala al perro.
  • ─ Él siempre, ¿verdad Dioscórides? ¿Cómo le pusieron ese nombre al perro?

Arturo sonríe. Es más alto y se apoya en Carmen. El perro los sigue por el pasillo. Cristina se cruza, entra al baño, cierra la puerta. Suena un móvil. Carmen lo coge de su bolsillo derecho con la mano izquierda.

  • ─ Te llaman ─dice Arturo.

Carmen guarda el teléfono. Sigue sonando.

  • ─ ¿No coges?
  • ─ Ahora. Siéntese primero.

El anciano se sienta en el lado opuesto a la puerta, junto a un ventanal por el que casi entra sol. El perro se pone a su lado. Carmen saca el móvil, que enmudece sin darle tiempo a pasar el dedo.

  • ─ Tarde ─dice Arturo.
  • ─ Que hubiera esperado. No sé quién era. Un número muy largo.

El perro sigue con la cabeza los movimientos de Carmen. Armario alto: taza-café-azúcar-cafetera. Frigorífico: leche-mantequilla-mermelada. Armario bajo: pan-magdalena. Cajón: cucharas-cuchillo pala-cuchillo de filo. La cafetera al fuego. La leche en la taza. Microondas. Pregunta:

  • ─ ¿Una tostada o dos?

Arturo levanta una mano y enseña dos dedos. Carmen corta dos rebanadas de pan y las pone en la tostadora.

  • ─ Pero no me engañe. Ayer le dio una al perro. El perro tiene su comida y se la daremos cuando usted haya acabado de desayunar. Que si no le entrarán las urgencias y querrá hacer en el ─(suena el teléfono)─… ascensor.

Carmen mira el número. Duda. Descuelga.

  • ─ Aló.
  • ─ Sí, soy yo

Cristina se asoma. Se acerca a su padre. Le da un beso en la mejilla. Mira a Carmen. Se despide con un gesto de la mano. Carmen le responde con otro.

  • ─ Sí, yo soy, Carmen Patricia Burguan Yépez.

Cristina sale al pasillo.

  • ─ ¿Mi niñito en la calle? ¿No estaba Jessica con él?

Cristina se queda junto al perchero, en escorzo.

  • ─ Mire usted, señor, no sé cómo ha salido el niñito, solo tiene tres años y no llega ni al pestillo. Jessica cuida de él y ahora a las 9 lo lleva a la guardería y ella se va al colegio, que está al lado.
  • ─ Pero es que se habrá quedado el pestillo sin echar y el niñito habrá salido detrás mío…
  • ─ Señor, por muy policía que usted sea, yo soy su madre y le digo que mi niña tiene ya para doce años y es muy responsable y cuida del niñito como yo o mejor.

Cristina amortigua los pasos hasta la puerta del piso.

  • ─Ay señor, no puedo ─Carmen mira hacia el pasillo─. Estoy trabajando. Hasta las ocho no puedo irme de aquí, ─Carmen mira hacia el pasillo.
  • ─ Deje usted que mi Jessica lleve al niño a la guardería…
  • ─ No me van a quitar a los niños. Son mis niños, me los dio Dios. No me van a quitar a mis niños.

Dioscórides y Arturo miran fijamente a Carmen. Las tostadas humean. La cafetera solloza y salpica la vitro con lágrimas negras, hirvientes. Al otro lado del pasillo, la puerta hace clic.

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