— Sírvete más vodka. —Indiqué a Beatriz, mi única amiga, mientras tomaba un sorbo del mío.

— Janis, creo que será la última vez que lo haga. —Dijo Beatriz con voz temblorosa.

— ¡No empieces! —Exclamé algo cabreada. Beatriz en más de una ocasión había intentado darle punto final a nuestras aventuras.

— Siento remordimiento. —Confesó cabizbaja.

Me senté en el piso, mientras le quitaba las envolturas a los medicamentos antidepresivos para mezclar con los sedantes y el licor.

— Tu papá se va a trabajar como todos los días, ni siquiera se da cuenta cuándo sales o llegas a casa. —Dije irritada.

— Yo sé… pero hoy me dijo que me invitaría a comer, porque recibió un ascenso en el trabajo. —Dijo Beatriz y sonrió emocionada.

Sonreí incomoda, no era que no me alegrara la noticia, mi amiga había perdido a su madre a los ocho años, y la relación con su padre era tensa y distante desde entonces. Sentí alegría por ella, pero también un poco de celos, me hubiera encantado que mi madre me propusiera algo parecido.

— ¿Hasta aquí llegan nuestras aventuras, nuestros viajes, nuestro secreto? —Pregunté con resignación.

— He esperado llamar su atención por ocho años, Janis. Al fin lo logré, él me está tomando en cuenta.

Los ojos de Beatriz se volvieron cristalinos, así que la abracé. Ella y yo nos habíamos acompañado durante todos los sábados, de los últimos seis meses.

Yo salía de mi casa a escondidas, aunque era costumbre que mi madre no se percatara, pues siempre estaba llorando en su habitación, bajándose una botella de vino, mientras se lamentaba por mi padre que nos había abandonado hace casi diez meses.

Por lo general, mi madre no consumía los antidepresivos que el médico le recetó, mucho menos los sedantes, así que quedaban por ahí, en algún rincón de la casa.

Yo también estaba sufriendo, pero a mi madre parecía no importarle, así que cada una se hacía cargo de su dolor. Fue así, como decidí que aquellos antidepresivos y sedantes no podían ser desperdiciados, y comencé a consumirlos en gran cantidad junto con alcohol, descubriendo sensaciones nuevas e interesantes.

Al principio, lo hacía los días viernes o sábados en alguna alocada fiesta, pero después de un par de meses, comencé a hacerlo en días de escuela, cada vez más seguido. Es que me había vuelto adicta a la sensación de estar adormilada y sonriente, los dolores del alma disminuían, las sensaciones de éxtasis combinadas con el letargo, me hacían olvidar el mundo. Era como si el alma saliera de mi cuerpo, viajando a algún lugar en dónde todo era felicidad, pero cuando volvía a mi realidad, era aún más dolorosa y difícil de aceptar. Por eso era que necesitaba volver, los viajes se hacían cada vez más cortos y la lucidez cada vez más difícil de sobrellevar.

Beatriz me acompañaba en cada viaje, incluso cuando no teníamos una fiesta para asistir. Nos albergábamos en un motel lejos del centro de la ciudad, era el único lugar que aceptaba a dos menores de edad sin siquiera preguntar.

— Yo sé que quieres más, pero que hay que parar. —Dijo Beatriz.

— Es la única forma de sobrevivir a mi dolor. —Dije intentando contener el llanto.

— Lo sé, pero cuando el efecto termina, me siento peor que antes.

— Por eso tengo que volver.

— Tenemos dieciséis años, vivamos como chicas de nuestra edad.

— Las chicas de nuestra edad no sufren como nosotras —dije con indignación, mientras llenaba mi vaso con más licor—. Supongo que hasta aquí llegas tú, ¿no?

— La última vez. —Aseguró Beatriz cogiendo la botella para ahora llenar su vaso.

— ¿Qué?

— Viajemos por última vez, perdámonos en el adormecimiento y la risa absurda una vez más… pero después de hoy, ya no más. —Dijo Beatriz con seguridad.

Sonreí de lado, tomé un puñado de cinco o seis pastillas y las tragué junto con vodka.

— ¡Buen viaje, querida! —Dije a mi amiga, mientras las lágrimas se asomaban. Yo sabía que ella iba a cumplir con su promesa, pero yo no podía asegurar lo mismo. Su realidad estaba cambiando, mientras la mía empeoraba.

Beatriz tragó un puñado igual, tal vez fue menos o tal vez fue más, no lo recuerdo con claridad, porque todo lo que pasó después se tornó confuso y borroso.

El cuerpo dolorido se adormeció, las pupilas se dilataron, aumentó el ritmo cardíaco, la sensación de volar me llevó lejos. Fue mi risa sin sentido la que me despertó del letargo, porque a veces era así, me reía de todo, aunque en otras actuaba un tanto agresiva. Me daba igual, después de todo, no recordaba lo que hacía, recordaba las sensaciones y eso era lo que importaba.

Estaba recuperando la consciencia, la cabeza comenzaba a dolerme, la sensación de dolor me apretaba el corazón. Apenas pude moverme.

— ¿Cuánto tiempo pasó, Bea? —Pregunté con la boca seca y maloliente.

Al no tener respuesta, me puse de pie, las piernas me temblaban. Caminé por la habitación y me topé con mi amiga en el suelo.

— ¡Hay que irnos! —Alcé la voz para que ella despertara, pero no lo hizo.

Me senté en el suelo para sacudirla, pero no reaccionó. Una sensación de escalofríos me recorrió la espina dorsal al tocar su cuerpo frío, la desesperación se apoderó de mí. Ningún dolor del pasado se podía comparar a lo que sentí en ese momento, la intensidad de la realidad abofeteándome con fuerza en el rostro me botó al piso y más abajo.

¿Qué se supone hacía con mi vida? ¿Cómo pude permitir que eso sucediera?

Fue la última vez para Beatriz y en honor a ella, también lo fue para mí.

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