Después del viaje muchas cosas habían cambiado.

Ahora se quedaba dormida con el sonido del mar que golpeaba las rocas de Liberty Island en la pantalla de su portátil, mientras fuera, en la ventana, llovía sobre Madrid.

– Cuando esté solucionado estaré en Times Square -le había dicho él. – En Manhattan hay varias cámaras que emiten las 24 horas en directo a cualquier dispositivo que tenga conexión a internet. Incluso hay una en la Estatua de la Libertad. Búscame cada día a las ocho en la que está en la plaza del Midtown, en la intersección de Broadway y la Séptima Avenida. No podemos ponernos en contacto de otro modo. Es un plan perfecto si no nos comunicamos. Tuvimos que hacerlo. Ya no puede hacernos daño.

Eso significaba las dos de la madrugada en Madrid.

Echaba de menos dormirse sin más, sin que importara el presente. No soñar con sangre.Que diera igual si llegaban las dos y saber si él estaba bien entre todas aquellas personas que, ajenas a los miles, millones de ojos que los observaban, continuaban con sus vidas.

Así, cada noche, mientras miraba Nueva York, su habitación se llenaba del ruido de coches y sirenas, y el murmullo del océano a miles de kilómetros traía el olor del viento de Manhattan en enero.

Por fin un día le vio entre la gente, sostenía una tablet que decía en letras negras y grandes “VEN”.

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