Traducido a partir de los pergaminos del indiano Unay Poma, jefe de la armada invasora que pretendiera someter al Reino de España, y de sus últimas confesiones ante el Santo Oficio en el día de Todos los Santos, 1 de noviembre del año de 1492 de Nuestro Señor.

Miércoles 10 de octubre:

Hace muchos días que remamos con Sol de la mañana oculto tras la cabeza de quien se sienta al frente. Vuelvo al último lugar de la canoa hoy, después de 45 veces de cambiar de asiento con el que estaba detrás de mí. Mañana volveré al primer asiento y, como esta es la quinta vez que llego al último, llevamos doscientos y 25 días navegando. Gracias a Mar y a Estrella y a pesar de Tormenta, siempre logramos distinguir Día de Noche y siempre pudimos pescar nuestro alimento. Anoche también oímos gritos de muchos hijos de Ave que volaban sobre nosotros, y ahora vemos más que ayer, cada vez más, siempre volando con Sol del mediodía en el rabillo de su ojo izquierdo, por lo que decidimos seguirlos, sabiendo que ellos saben llegar a tierra por el camino más corto.

Cada vez vemos más restos de muerte flotando y enredándose en nuestros remos: palos a medio quemar, unas como piedras negras que al tocarlas parecen brasas frías pero que no son de madera, cuencos de cuello largo y cuerpo de un tipo de piedra que permite ver a su través, con un trozo de palo como tapa en la punta del cuello y con un olor parecido al de la chicha cuando se los destapa, restos de sacos de una tela áspera y maloliente, algunos de ellos con espinazos de pescado podrido adentro, unas como sandalias gastadas hasta quedar agujereadas, pero con una parte de cuero que sirve para cubrir todo el pie, manchas de un aceite negro espeso que flota sobre el agua, ramas de árboles, huesos huecos, cajas de madera, y a veces unos trozos de una especie de tela muy fina cubiertos de dibujos muy pequeños ordenados en filas como hormigas. No puedo dejar de preguntarme qué nos espera más adelante.

Jueves 11 de octubre:

Continuamos desde la mañana detrás de Ave, que sabe el camino. Vemos humo allá lejos, y cuando Viento sopla de Sol naciente, nos trae un olor nauseabundo. Cada vez hay más muerte flotando. A media tarde vimos la costa, pero antes, cuando Sol estaba alto, vimos otras canoas que robaban peces de Mar con unas telas de cuerda de agujeros grandes. Las canoas eran enormes y tenían palos altos con unas telas colgando que cuando Viento soplaba hacía que se movieran mucho más rápido que las nuestras. Eran tan grandes que los hombres se podían acostar a dormir por la noche sin necesitar unirse con otras iguales usando los remos, como hicimos nosotros cada una de estas noches en Mar. Parece que ni tienen remos, sino que solo esperan que Viento las lleve. Varias se nos acercaron, y los hombres nos gritaban cosas que no entendimos, pero sus caras no eran de amigos que dan la bienvenida. Parecían enojados, y algunos nos arrojaron cosas, o trataron de engancharnos como si fuéramos peces con unos palos largos con anzuelo en la punta, o con unos ganchos dobles atados en una cuerda gruesa. Los anzuelos y los ganchos brillaban al sol, como el oro del Inca pero blancos. Gracias a nuestros remos y a Viento que los frenó, pudimos escapar y seguir remando hacia la costa.

Los hombres de las canoas grandes son distintos a nosotros. Tienen la piel pálida algunos y roja otros, y pelos de distintos colores en la cabeza y también en la cara, debajo de la boca y en las mejillas. Hay enojo en sus ojos, y quieren tomar lo que les gusta sin pedirlo. Los ojos parecen saltar de sus caras cuando miran nuestros collares color de Sol, y gritan como marido celoso señalándolos y señalándose. Avisados por las canoas de los pescadores, otra canoa mucho más grande que todas las demás, grande como una montaña, hizo un ruido de mil truenos juntos y soltó mucho humo negro, justo antes de que algo redondo, negro y caliente cayera sobre la canoa de Pomahuasi matando todo a su paso, justo antes de que Sol se escondiera, avergonzado, tras la nube de humo negro.

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