Reflejo de Cahors

Nunca pensé que sería la última vez. Allí estabas en la proa del barco que habíamos alquilado. Sabía que eras tú pero ya no reconocía tu figura, esa que guardaba en mi memoria desde hacía ya más de 20 años. Tus gestos eran los mismos y era lo único que me resultaba familiar.

Cahors se duplicaba al reflejarse en el río Lot y esa nueva imagen era incluso más nítida que la realidad. Así como los recuerdos también eran más precisos que este confuso presente en el que estábamos atrapados.

Éramos los únicos despiertos a esa hora. Te ofrecí café y allí nos sentamos sin decirnos nada. Ya nos habíamos dicho demasiado y el rumor del río no acallaba el vacío.

Te observaba con el rabillo del ojo intentado aprehender tu nueva imagen, esa que me era tan extraña. Te pusiste de pie y sin pensarlo te empujé con fuerza.

Sólo se escuchó el splash de tu impacto en el agua, desdibujando la silueta de la ciudad. Tenía la esperanza de que al emerger saldría aquel hombre que conocí. Cayó la noche, desapareció el reflejo y aún no habías aparecido.