Experiencia gambiana

Experiencia gambiana

Yaiza Pérez

06/09/2019

¿Que qué tal me fue en África? Pues te cuento. Que la realidad supera la ficción no me lo creí yo hasta que llegué a Gambia.

Y es que mi experiencia gambiana incluyó: dormir con gusanos, bailar con escorpiones, ducharme con cucarachas, almorzar con monos, … entre otras cosas.

Si me hubieran dicho lo que venía incluido en mi billete “Las Palmas de Gran Canaria – Banjul”, habría puesto una cara de asco monumental, para qué negarlo, pero lo cierto es que un viaje de inmersión cultural en un país africano, si bien no lo pensé mucho antes de ir, lo mínimo que se espera es este tipo de infortunios con animales particulares.

Pero vayamos por partes. Contexto: viaje solidario en un grupo reducido con desconocidos y un coordinador de una ONG. Hasta ahí todo rodado.

Llegada a Banjul. La primera sensación al pisar tierra africana por primera vez fue el tremendo golpe de aire caliente al bajar del avión. Un calor muy sofocante pero al cual nos acostumbramos al cabo de unos días. En el aeropuerto me esperaba Raúl, el coordinador del viaje, y Sulley, el conductor y guía local que nos acompañaría. Reunión con el resto de viajeros del grupo y presentaciones correspondientes. Solo falta un chico, que llegará de madrugada.

La primera noche es en un campamento de Bijilo. Ponemos música y nos quedamos unos cuantos bailando música nigeriana. El ritmo me suena al compás de salsa y no puedo evitarlo, me descalzo y no paro de bailar en un terreno de arena. Me dejo llevar y me olvido de todo. Estaba medio en trance escuchando los djembes sonando cuando Raúl me grita que acaba de ver un escorpión pasar junto a mis pies. Yo ni me acordaba de estos seres que podría encontrar… Ya me quedo con menos ganas de bailar, y viendo que quedamos pocos despiertos, me pongo mis sandalias y me voy a dormir. Cabañas individuales y ya exhaustos los que quedamos nos vamos cada uno a la suya correspondiente.

Empieza mi aventura particular. Ruedo la cortina que cubre la puerta de entrada. ¡Ups! Una araña negra enorme sale corriendo y se esconde detrás de un sillón. En una revisión general de la estancia no veo nada más preocupante.

Me voy a pegar una ducha. Es probablemente el baño más pequeño que he visto en mi vida. No hay agua caliente ni mampara, solo una cortina colgando del techo separa lo que comprende el espacio para ducharse. “¡Aaaahhh!” Se me escapa un gritito cuando siento algo caminándome por un pie. Una cucaracha un poco rara pasa corriendo y se esconde detrás del lavamanos. Me seco todo lo rápido que puedo deseando descansar.

Me pongo el pijama pero no lo aguanto ni dos minutos, hace demasiado calor. Me quito todo y me quedo en ropa interior con el pijama en una mano y mi libreta en otra.

Desenredo la mosquitera amarrada alrededor de la cama. Vaya… hay pequeños gusanos blancos sobre las sábanas, ¡y vivos! ¿De dónde habrán salido? Los aparto con mi pantalón de pijama y me dispongo a escribir en mi diario de viajes mis primeras impresiones del país, que no son muchas de momento, y además, estoy molida, creo que me voy a … ¿qué es lo que me hace cosquillas en el muslo? ¡Mierda! ¡Un gusano! Me incorporo y miro la cama de nuevo. Más gusanos retorciéndose. Sacudo las sábanas para tirarlos… Esto no es posible, ¿de dónde están saliendo? Doy vueltas por la cama y entonces miro de dónde están viniendo, mejor dicho, cayendo. En lo alto de la mosquitera, el techo de la cama, hay decenas de gusanitos que no paran de moverse. ¡Dios mío! Esto parece la cabecera de aquella serie de terror para niños que veía los sábados por la mañana. Aparecía una imagen de tierra temblorosa llena de gusanos y se oía al narrador: “temblad, niños, temblad, qué miedo vais a pasar…”

¿Qué hago? No tengo conexión wifi para enviar un mensaje al resto del grupo a ver quién me cobija, y me da pánico salir fuera de la cabaña. Si esto es lo que hay dentro no quiero ni imaginar lo que habrá fuera. Además, el coordinador estará aún en el aeropuerto esperando al chico que falta. Y dormir en el sillón no es una posibilidad con esa arañota acechando. Tomé una decisión que ahora creo estúpida, pero estaba agotada y no sabía qué hacer. Hice lo único que podía hacer, o al menos el remiendo más factible. Me quedé en la cama, acostada de lado, con una mano bajo la cabeza y otra tapándome la oreja para evitar que un gusano volador aterrizara sobre mi oído. Por supuesto, no dormí ni una hora, esperé pacientemente a que se hiciera de día y deseé que el reloj corriera como nunca.

A la mañana siguiente todo son risas contando las anécdotas nocturnas, aunque yo me llevo la palma por haber dormido con gusanos. ¡Ole yo!.

En fin, recogemos todos los bártulos y nos vamos hacia el interior. “Don’t feed the monkeys” reza un cartel del Lamin Lodge, y al sentarnos nos traen varios palos. “¿Para qué son los troncos estos?” dice alguien. Respuesta: “Para espantar a los monos”. Si venía de pasar la noche más horrible de mi vida, ahora venía el almuerzo más agobiante. Cuando nos traen los platos cuatro monos rodean la mesa, acechando cualquier despiste para colar una manita rápida y coger lo que podían. Fue gracioso hasta que un macho enorme nos enseñó los dientes. Dejamos los platos a medias y nos fuimos.

Y todo esto ocurrió en las primeras 48 horas. Sé que dicho así suena a que lo pasé muy mal, y en parte no sería mentira pero me queda contarte lo bueno que viví, la calma sanadora, lo que me caló la gente con la que nos cruzamos, las manos agradecidas que sostuvimos, las miradas. En fin, con decirte que en noviembre tengo billete de vuelta…

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS