No me gustan las fronteras, están llenas de desamor.

La persona se vuelve pasaporte y el paisaje se convierte en celda.

Me angustian las fronteras,

con tanta vigilancia y actitudes militares que todo lo observan.

Menos las tristezas,

menos las incertidumbres ignoradas

y enviadas de vuelta a sus pobres tristes tierras.

Me deprimen las fronteras: tanta sobriedad y hermetismo,

¡tanto culto al nacionalismo!

cada construcción se levanta como un monstruo de cemento

en competencia feroz:

¿Cuál requisa más, cuál desconfía más, cuál restringe más?

El más grande, el más “desarrollado”,

al que el pacto con el dios dinero mejor le ha resultado.

Aborrezco las fronteras: egos de «patria» mirándose a los ojos como toros enfurecidos,

perros despojados de su ternura para ser instrumentalizados como milicos.

Rostros de desesperación intentando cruzar al “otro lado”.

Como si no fuera el mismo territorio habitado,

como si ese mar y ese desierto y esas montañas estuvieran escindidos,

como si no nos maravilláramos con la cordillera en cada sentido

como si el aire que respiráramos no fuera el mismo .

Viajé hacia el sur de Nuestramérica desde las tierras tropicales

y me maravillé con el ambiente multicolor

de las pieles, los alimentos, las músicas y los paisajes.

Aspiré profundamente el aire de cada lugar

como intentando llenarme de toda esa diversidad,

crisol incontenible, arcoiris incontrolable.

Selvas, costas, volcanes nevados y desiertos

irrumpiendo y delimitando, configurando el paisaje.

Pero llegué al cemento “soberano”:

al terreno de los sueños enjaulados,

al lugar del control y el requisito

de la institucionalidad de los tiranos.

¡Cuánta tristeza en las fronteras de Nuestra América!

los hijos de Venezuela atravesando kilómetros de obstáculos

ante la indolencia de la mayoría,

nosotros los colombianos siendo tratados como narcos o putas a primera vista,

los hermanos haitianos ninguneados

y tratados con desprecio por funcionarios y policías

¡Cuánta indignación me producen las fronteras!

Puntos y rayas que cierran pasos, vías y puertas

concibiendo a las personas como códigos que se aceptan o se rechazan

dependiendo de su procedencia y de su cariz.

Para lo único que sirven las fronteras

es para recordarnos que no deberían existir.

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