La frontera
El sonido ensordecedor, constante y martirizante, de las cigarras; sin lugar a duda es pleno verano. La canícula levanta un velo que distorsiona la perspectiva de todo cuanto se encuentra tras su pantalla; el aire vibra y a cualquier observador le cuesta mucho el simple hecho de enfocar. Junto al río la sensación es que el agua está hirviendo.
Los campos de maíz no escapan a este fenómeno. De atardecida un sol gigantesco, rojo, sustituye al velo denso y cálido, pero da lo mismo. Ahora el ambiente parece estar teñido de sangre.
¡Si al menos aflojara este maldito calor…!
El guardia no ceja en el desempeño de sus funciones: mira a través de los prismáticos, aunque sólo ve el aire, tembloroso, bailando en el horizonte.
– “Un aire trémulo y anaranjado…”- intenta describirlo.
Algo pobre. Es muy triste, pero no se le ocurre ninguna historia con cuerpo suficientemente sólido como para escribirla, para plasmarla en el papel blanco que siempre tiene delante. La de los contrabandistas de la frontera lleva demasiados años escrita; él la leyó en la soledad de su puesto “El enamorado de la Osa Mayor”, de Sergius Piasecki, todo un clásico. Le gustó tanto que siempre le coarta: no cree poseer la suficiente calidad literaria como para embarcarse en una aventura así. No se siente capacitado. Además, tan solo conseguiría identificarse con los personajes encarnados en los guardias fronterizos; los malos en la novela. Eso no le beneficiaría ante sus hipotéticos lectores. Pero es que él es guardia de frontera; ¡Qué le vamos a hacer!
De cualquier manera, aquí, en América, todo es muy diferente de la Europa del Este del 1939: los espaldas mojadas no tienen nada que ver con aquellos contrabandistas eslavos que trapicheaban con las mercancías que escaseaban entre las fronteras rusa y polaca. Estos chicanos no trapichean con nada; simplemente intentan cruzar al otro lado en busca de una vida mejor.
Los tiempos cambian y los personajes también: no es lo mismo un tipo que carga sobre sus espaldas un alijo de setenta/ noventa kilos, del que luego sacará un beneficio económico, que un pobre espalda mojada que sólo acarrea un petate mínimo, protegido del agua con un plástico, con ropa seca con la que disfrazarse una vez cruzado el río. Además de una documentación falsa para empezar de cero al otro lado.
Intentarlo por otros derroteros que no se ciñan en exclusiva a su campo laboral quizás no estaría mal…Por ahora, su imaginación es un erial; tirar de lo cotidiano es lo más socorrido.
Tampoco acaba de convencerle.
El papel en blanco se le rebela.
Se ve incapaz de referir cualquier incidencia; alguna que merezca la más mínima mención. Lo que realmente ocurre, lo de a diario, es de tan poca trascendencia, pese a lo dramático, que se resiste a reflejarlo salvo en el Parte Diario; ¡Cuánto menos novelarlo en un papel! ¿Cómo convertir en épica la historia de unos pocos desarrapados que cruzan el río, poniendo en peligro su vida y la de los pequeños que les acompañan?
-Si miramos hacia otro lado apenas les vemos- piensa, planificando una estrategia, una excusa moral válida para acallar a su conciencia. Estoy aquí solo por si ocurre algo grave.
Una familia atraviesa el cauce cargada con mochilas, Nada nuevo; se vuelve hacia otro lado, de espaldas al puente fronterizo que ha de vigilar, a la barrera y al río que corre mansamente por debajo, y le reza a esa Virgen que adorna la pared. Ella sí parece contemplarles condescendiente para que todos consigan pasar, para que nadie se ahogue.
Lo que hagan con los recién llegados los compañeros de la Aduana americana, al otro lado, ya no es competencia suya. Algunos quizás no les vean. Otros quizás prefieran no verlos, como hace él.
Mientras en su puesto, del lado mejicano, están de guardia casi permanentemente cuatro o cinco compañeros, los yanquis tienen el suyo colapsado, con overbooking: al menos dos representantes de Inmigración (“La Migra”, como les llaman los chicanos), otros dos de la DEA (Agencia Estatal Antinarcóticos), dos más encargados de que retener a los menores hasta que un juez les retire la custodia a los adultos en un juicio rápido y sumario y traslade a los pequeños a casas de acogida.
O, mediante un estipendio acordado, a casas de familias americanas con problemas de procreación. Se sentirán exultantes por acoger a un nuevo miembro sobre todo si ha superado la infancia.
Además, siempre se deja caer por allí una gente rara que se limita a contratar a los recién llegados, con la connivencia de los de la DEA, los de Inmigración, los aduaneros y todo bicho viviente a cambio de un fajo de billetes.Tras unas cortas negociaciones todos saludan con simpatía y respeto a ese don Fulano que sale del puesto precediendo a una cuadrilla de gualdraposos mojados y temblorosos.
Él lo observa desde el otro lado, pero no necesita un traductor para hacerse sus componendas. Por ejemplo: hoy ve a un grupo homogéneo, compañeros de miseria, hombres jóvenes y fuertes sin hijos a cargo, salir del puesto sin que se les pida ningún papel. Han pasado a ser el grupo de don Fulano de turno para trabajar sus tierras; los trámites se obvian o se solucionan a golpe de propinas para los guardias y algún que otro regalo para sus esposas.
Seguro que el Don convertirá a esta gentuza, tan servil, en gente honrada; gente diligente que cada mañana del resto de sus vidas, cuando el amo aparezca ante ellos montando a caballo recorriendo alguna de sus fincas acompañado de su señora, hijas o amante de turno, se quitarán el sombrero, bajarán la cabeza en señal de sumisión (aunque le maldigan entre dientes). Esperarán a que les dé su beneplácito de señor feudal para poder continuar con su ingrata labor.
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