En medio de las dos villas militares, está ubicada la casona del JEM (Jefe de Estado Mayor).

Una mansión hermosa, diseñada en los años 60 o 70 y que, hasta donde mal no recuerdo, me decían era una joya arquitectónica repleta de salas, salones y demás recovecos; escondites deliciosos donde, cualquier niño travieso, hubiese vivido feliz una larga clandestinidad.

Señorial. Monárquica. Destinada, única y exclusivamente, a la élite del mundo militar.

Nunca pude entrar, pero si soñar con vivir en ella, y así, de alguna manera, sentir en viceversa -en mi onírico deseo-, la envidia que tanto proyectaba hacia sus imaginarios huéspedes (tampoco supe nunca quien la habitó).
Y hoy, cincuenta años después, siento -cada vez qué pasó al lado de su largo, larguísimo muro blanco-,la misma curiosidad.
Haciendo en el camino, una reverencia inconsciente, dirigida a esos secretos que aún, ella esconde para mi.
En resignación, claro, pero siempre con la misma intensidad.

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