Unas líneas blancas cruzan el cielo de lado a lado, de norte a sur, de este a oeste, en todas direcciones.

Al principio no entendí la razón; bien pronto me di cuenta del por qué.

Son los aviones que llegan y parten de l’ aéroport d’ Orly, y del Giscard d’ Estaigne.

Las líneas en el cielo son de diferentes formas, largura y grosor, y surcan los cielos de manera permanente. Yo las observo desde mon batteau al que me subí debajo del Pont Neuf.

Hay líneas nítidas y otras menos, porque hace más tiempo que las naves aéreas pasaron por allí.

Se produce entonces un montón de cruces de líneas blancas en el cielo que yo nunca había visto ni me había imaginado. Muchas se atraviezan, otras se desplazan solas. Unas se mueven porque se ve el avión que primero a pura proa produce la línea nítida, recién salida del avión.

Otras veces no se ve más el avión y queda solo la línea, hasta que ambos van desapareciendo. Muchas veces las líneas se cruzan y forman figuras geométricas. Cruces, rayas blancas, paralelas, verticales, formando todo tipo de cuadriláteros, rectángulos, triángulos y rombos.

Es un fenómeno muy interesante porque por ejemplo los triángulos no son cerrados, o sí lo son. Sus lados no terminan en cada uno de sus tres ángulos, sino que continúan su línea recta en el cielo. Me recuerda las clases de matemática de primero de liceo.

Un triángulo es un plano o una superficie delimitado por tres líneas que se cruzan, pero las líneas no terminan en los ángulos luego de dar forma al triángulo, pues siguen de largo, son infinitas por definición. Eso dicen los postulados o axiomas, verdades que no necesitan demostrarse.

Incluso dos líneas paralelas se unen teóricamente en el infinito. En el caso de los aviones los axiomas matemáticos no se cumplen a rajatabla, por un lado porque solo tenemos una muestra imperfecta de lo que podría teóricamente ser, y por otro lado porque se trata de un fenómeno que se produce solo en ese momento a partir de la tecnología aeronáutica. Entre dos puntos de cada recta siguen existiendo infinitos puntos. La muestra es, pues, corta, imperfecta y no representativa, pero bella.

Los minutos pasan y la constelación de líneas en todas direcciones, el cielo cual constelación, tienden a borrarse. Pero siempre aparecen otras que las sustituyen.

Las nuevas líneas, los chorros de los aviones, recrean el fenómeno en una dinámica secuencial, estelar. No eternamente, supongo, pero eso es lo que parece y de ahí su interés y hermosura. Veo las estelas hasta por detrás de la Tour Eiffel, siguiendo su propio recorrido, desconociéndola.

Todo eso veo desde mon batteau de donde he rescatado folletos en varios idiomas. Pero ninguno habla de las rayas blancas del cielo cual pizarrón de escuela.

Es un panorama único, yo padezco la rotura de mi cámara fotográfica. Es una especie de karma que siempre me sucedió en los momentos más importantes. Nubes alargadas como flechas y otras nubes de verdad. Y no poder retratarlas. Aunque para eso están los bolígrafos.

Los aviones son puntos visibles que en un cielo azul y despejado marcan el inicio de las líneas largas y nítidas que luego junto a sus colegas forman esta permanente, extraña, entrecruzada, peculiar, plurilineal figura por un momento estática pero en realidad muy dinámica, pronto cambiando, estética natural de un cielo que no había visto ni imaginado.

Error. Los aviones y sus estelas, por muy bellos, no son naturales.

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