Soñar con aviones que caen

Soñar con aviones que caen

Javier Ruiz

26/07/2019

YAEL SERRANO, FUMANDO EN UN PORTAL DEL CARRER CERMEÑO DE LA BARCELONETA. Llega el verano, la mejor época del año, y ella se larga. ¿Puedes creértelo? Agarró una bolsa vieja de deporte y metió un par de camisas, un vestido de tirantes negro y alguna falda. Desapareció con lo puesto, que no recuerdo qué era, pero le hacía las tetas grandes. El perro se me quedó mirando, como diciendo: ¿y ahora qué, imbécil? ¿Quién va a cuidar de nosotros dos? El Capitán piensa así, es un perro viejo: un pastor que apenas se aguanta los pedos ya. Todo lo de la mujer empoderada y la igualdad de géneros le ha llegado tarde, y no lo pilla. No es mal bicho, solo un poco carca. Yo miré la puerta un rato. Qué sucia estaba aquella puerta. Sucia de cojones. Sucia de barro, de polvo, de manchas de vete tú a saber qué y cuándo. Fui a la cocina, cogí un flus-flus y un trapo y me puse a frotar la roña. El perro bostezó y se echó a roncar en el gres del recibidor a ver si volvía Arantzazu. Pero Arantzazu no volvió.

Por la noche, arrasé el minibar viendo Mad Men. Era el capítulo del funeral de la madre del de las canas, cuando el guaperas va cocido por reflexionar demasiado sobre la levedad del ser y pota delante de todos. Yo también bebía, pero como Heródoto dijo que hacían los persas: considerando el siguiente paso. ¿Pedir perdón?, ¿esperar?, ¿borrón y cuenta nueva? Ojo, no te creas nada de ese tipejo, padre de la Historia mis cojones: ¿sabes qué más decía?, que los indios tenían el semen negro y los chinos cabezas de perro. Bueno, la vida antes de Internet.

Me desperté pronto y tenía como cuarenta whatsapps. Todos malos. Me vestí, metí cuatro trastos en el coche. Le pegué dos martillazos al televisor y a mi ordenador portátil. Cogí la correa del Capitán. Salimos del piso. No sé por qué lo hice, supongo que estaba harto de finales que no eran finales y clavos en el ataúd que siempre volvían disfrazados de un polvo de reconciliación.

ARANTZAZU GOIKOETXEA, SENTADA EN UN BANCO DE PIEDRA DEL PASSEIG DEL BORN, BARCELONA. Mucha gente dice que la rutina es el mayor enemigo de las parejas, pero no estoy de acuerdo. En Euskadi, mis padres llevan cincuenta años levantándose juntos a las siete (¡aupa, ama!; ¡aupa, aita!, porque son de esas parejas que, desde que tuvieron hijos, perdieron los nombres, ¿sabes?), desayunando en la terraza llena de orquídeas del piso de Miguel Imaz y paseando por la playa de Zurriola. Esa rutina les une y, además, ofrece cierta previsibilidad. ¿Qué tiene de malo? Con Yael no aspiraba a eso, pero tampoco me imaginaba regresar a casa tras la enésima pelea y encontrarme el comedor todo meado y el piso patas arriba. Yo prefiero pensar que fue cosa del pobre perro, pero vete tú a saber: le he visto hacer cosas peores.

Cuando volví, la puerta estaba abierta de par en par. Llamé a un cerrajero, por si acaso, y le esperé en la cocina leyendo El perfume. Escribí a las chicas por el grupo del WhatsApp para cenar juntas (estaba de los nervios) y Mila se ofreció a quedarse, pero le dije que no. Esa noche la pasé en vela, pensando en lo mucho que mi exnovio canario se parecía al Clint Eastwood de los westerns. Me lo imaginaba todo el tiempo en aquel bar de las bombas de patata y carne de la Barceloneta: sentado en un taburete, bebiendo ron cola, casi oculto por una marabunta de guiris con ganas de fiesta y, en el suelo, el pobre Capitán y sus ojos llenos de recelo hacia todo. Al final me dormí y, a la mañana siguiente, me desperté para nunca más volver a ver a Yael ni al Capitán.

JOSEFINA ESTANYOL, SORBIENDO UN CAFÉ DE SOBRE EN EL CARRER DEL CARME, FRENTE A LA LAVANDERÍA YOLANDA. Sap què li vaig dir a ma neta? ¡Que se dejase de líos! Aquella alfombra estaba «para lanzar a la basura». Que no hi ha dret, home! Pero lo de siempre: que si es un favor para una amiga, que si pots provar, que no nos cuesta nada, iaia… ¡Y la tienda oliendo a meado rancio una semana entera, oiga! No hay derecho la verdad, però bueno, així es el jovent d’ara…

YAEL SERRANO, SOBREVOLANDO LAS AFUERAS DE LA CIUDAD DE BUDAPEST EN EL ASIENTO 13-F DE UN BOING 737 DE RYANAIR. Un colgado le pega un tiro al archiduque Fernando de Austria. Primera Guerra Mundial. Unos nerds inventan una bomba nuclear en Los Álamos: Hiroshima; Nagasaki. Se mata Tino Casal y empieza a morir la Movida madrileña. Así es la historia: siempre parece el final de todo. La vida es pura estadística. Cuando Arantzazu me mandó a tomar por culo para volver veinticuatro horas después nos dio esa oportunidad de cambiar el rumbo. Claro, no es que nunca piense en lo que dejé atrás cuando le meé la casa y me largué. A veces me acuerdo de ella, de mi antiguo trabajo en el instituto, esas cosas. Sobre todo por el Capitán: sé que al perro le compliqué bastante la existencia. Todo el día de arriba para abajo, viajando, viendo sitios, pero ¡bah! Los perros no saben ser vengativos y, además, su casa está junto a los suyos, no importa Barcelona, Berlín o la Antártida.

En fin, que lo que quería decir es que cada viaje empieza de un modo. El mío empezó con una buena meada. Sí, eso. Lo que me fastidia es que siempre estoy soñando con que se van a caer los aviones. Y me jode porque, con Arantzazu, había olvidado el miedo que me daba volar: ya sabes, queremos siempre lo que no tenemos.

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