¿Había elegido la opción correcta? El viaje, ya estaba hecho.

Atravesaba el túnel sin algún tipo de esperanza o ilusión por entrar a La Quimera. La tierra prometida de la que tanto hablaba Alejandro.

«Allá, como te darás cuenta, no existe algún tiempo, solo el tiempo de estar, el espacio para ser habitado, siempre es el mismo momento. Para llegar a la Quimera no hay restricción ni tenemos problemas con los extranjeros como tú, ya que es lo que buscamos. Solo se requieren cumplir algunos requisitos no tan rebuscados para llegar. Es necesario tomar un tren, no a cualquier hora, debe ser la hora exacta para llegar a la cinco con veinte minutos, no cualquier día, el día debe estar nublado. Estos requisitos son meramente para la comodidad del pasajero y evitar inconvenientes, como, por ejemplo, que se quede en un viaje sin fin, sin destino, por siempre. Lo que pasa, es que, en La Quimera, solo hay un tiempo y una hora, y, si no se llega a ese tiempo y a esa hora, simplemente no se llega. Otra cosa, un policía, le pedirá su pasaporte y le hará firmar una pequeña carta responsiva. En este punto, todos se arrepienten ya que es la única manera para entrar. Dado que solo existe un tiempo y una hora, no existe un tiempo que tenga que pasar para que haya un tren de regreso, por tanto, se quedará allí por siempre. Como lo que sucede no puede pasar en un mundo real y común, se requiere sobrepasar esa barrera de lo real y de momento solo he descubierto la muerte. No se preocupe, muchos con el tiempo me agradecen el viaje, así que no tendrá ningún problema con ello».

Bajé del tren, el policía esperaba, se le dibujaba algún tipo de sonrisa en su rostro, con lo que parecía ser su mano, me pidió mi pasaporte.

—Buenas tardes, lo estábamos esperando ¿Su nombre es Cándido Aguilar Domínguez?

Si —respondí fríamente mientras que él revisaba lo que iba quedando de mi rostro y el rostro que estaba impreso en mi pasaporte, como si alguien pudiera hacerse pasar por mí.

¿Su acceso fue voluntario o involuntario? —esperaba mi respuesta fijando su mirada en el formulario, yo nunca hubiera respondido, y el hubiera seguido esperando mi respuesta.

Voluntaria.

Suicidio, homicidio consentido o algún tipo de accidente, si fue algún tipo de accidente, especifíquemelo, por favor —su voz fue tan motorizada, su pregunta tan rápida que apenas logré entender. De alguna manera, ya sabía la respuesta.

Homicidio consentido.

Perfecto, muy bien. ¡Excelente! Hemos terminado. Antes de continuar, confirmo que es usted Cándido Aguilar Domínguez y de forma voluntaria sin que ningún tipo de persona ajena a usted le obligara a realizar el acto, accedió a entrar a La Quimera por medio de un Homicidio Voluntario ¿Esto es correcto?

Parece que respondí que sí, me deseó una excelente eternidad o algún tipo de despedida típica del lugar. Caminé con un par de maletas innecesarias por el camino que estaba marcado. Mi cuerpo, poco a poco era atravesado por el aire, perdía mi forma y me revolvía con el sonido del viento. Continué caminando. Un letrero decía «Viaje de vuelta, 17:21».

Salí de la estación. Bajé la colina y como si tuviera algún tipo de consistencia, mi andar se volvió entorpecido con las rocas pequeñas que pisaba, y doblaba mis pies.

Desde donde estaba, se podía ver el centro del lugar, como algún tipo país o tierra con casas, un mar a la orilla y un sol que siempre se encontraría en la misma posición y entre dos montañas. La brisa o el ventarrón golpeaba violentamente mi ser. Trataba de pensar lo que allí sucedía, pero algunas palabras que pensaba, era arrebatadas por una acción involuntaria, caminar. Recordaba mi nombre ¿Cuál sería mi rol que jugaría a interpretar? Un papel al que todos fingiríamos retozar, cualquiera que fuera imaginado por Alejandro.

Acá abajo no pegaba tan fuerte el clima. Como si siempre lo hubiera sabido, recordé la ubicación de mi casa, pasando la Iglesia de Santo A. En la Calle Abelardo, giré a la derecha y en el fondo podía ver la costa, algunas palmeras y una casa verde, era mi casa. Mi ropa era la de un Doctor. Como si lo tuviera, mi rostro adoptaba una postura seria, un gesto duro y analítico. Sin pensarlo yo, saqué mis llaves y abrí la puerta.

Descubrí que mi viaje no había terminado, apenas había empezado. Un viaje que siempre estaría inconcluso.

Ese siempre fui yo, Cándido Aguilar Domínguez, el nuevo Doctor de la Quimera.

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