Mereces lo que sueñas

Mereces lo que sueñas

RuDa Laurenti

06/09/2019

Sentados frente a frente como cada tarde, acerqué la taza y vertí el agua caliente para que su té de frutillas se fuera enfriando, hasta tanto estuvieran listas las tostadas que había dejado preparando.

Queso untable, algo de mermelada de duraznos, pan casero en rodajas, manteca y dulce de leche, eran suficiente manjar para nosotros dos, aquella tarde de invierno soleado.

Al cabo de unos minutos, estábamos compartiendo la merienda, momento único en nuestra vida cotidiana y por más que resultara reiterado, no perdía el encanto de la primera cita ni el misterio del último encuentro necesario.

_Mañana tengo que viajar a La Rioja_ le dije.

_Rubén!!! ¿Acaso no es la semana próxima que debes ir?

_Era así, pero ahora me piden que lo haga mañana a más tardar _aclaré.

La conversación tomó un giro inesperado. Mary quería saber de mis andanzas, no tanto las actuales, sino más bien aquellas que aunque lejanas en el tiempo, formaban parte de mi pasado.

_Fuiste dos veces a Bariloche y nunca me has contado sobre esos viajes.

_Entonces bien podría contarte ahora.

¿Qué es lo querrías saber? _Proseguí.

La merienda fue un tanto más extensa que de costumbre. Por un lado, la evocación de mis viajes a Bariloche y por otro, ella tratando quizás de recrear en su imaginario, cada circunstancia, cada parte de mi relato.

Le conté con lujo de detalles mi derrotero a través de la Ruta del Desierto, de la Central Hidroeléctrica de El Chocón, Piedra del Águila, las subidas y bajadas hacia el lecho del río Limay, al cual íbamos bordeando constantemente, como en un laberinto zigzagueando.

Los ojos de Mary brillaban como si estuviese viendo por ella misma, a esos paisajes que describí para que los pintara con sus colores preferidos, entre su asombro y mi versión parecida a la de un expedicionario.

_Y de pronto la imponente vista de los cerros, tan llena de contrastes, formas y colores que se resumían en el límpido cielo recortado por las cumbres de los picos nevados. _continué.

Le conté también que allí abunda la vegetación más asombrosa, con bosques de pinos, cipreses, maitenes y tantos árboles que nunca había visto o imaginado.

_ ¡Qué maravilla! _exclamó.

_ ¡Una cosa es verlos, tocarlos, sentirlos y otra muy distinta contarlo desde el camino! _argumenté sin dudarlo.

Fui por primera vez con mi madre habiendo cumplido apenas 11 años y volví a Bariloche en ocasión de mi viaje de egresados.

Mary pudo haber hecho aquel viaje de estudios, pero sus padres no la dejaron. Por cosas que solo el destino entiende, yo volví a Bariloche cuando a ella se lo negaron. Quizás era que ella no debía hacer el viaje, ni yo conocerla todavía, nos consolamos.

Terminamos la merienda y con un beso en los labios nos despedimos hasta volver a encontrarnos.

Aquella noche no me fue fácil dormir, perduraban en mi cabeza dando vueltas como en un carrusel los recuerdos de los viajes realizados sin ella. Y me detuve en uno que de alguna manera nos cambió el destino a los dos.

Recordé inesperadamente que en diciembre de 1997 luego de haberme levantado para irme a trabajar, Mary había viajado más temprano.Sonó el teléfono de casa, corrí a atenderlo y una voz extraña del otro lado, preguntó si estaba el señor Rubén, a lo cual asentí y esta persona en tono firme me dijo que Mary, mi esposa, había tenido un accidente.

El auto que conducía dio varios tumbos a la salida de una curva, yendo a la capital de La Rioja y en mi desesperación alcancé a escuchar que ella estaba con vida y también su acompañante, una joven que decidió compartir ese viaje de trabajo.

Luego de semanas de recuperación en un sanatorio de la ciudad de Córdoba, durante los controles cardiológicos que periódicamente le hacían, el facultativo que la atendía me llamó en privado.

Mary padecía una comunicación interauricular congénita (CIA) y con el paso del tiempo ello podría derivar en consecuencias para su salud y calidad de vida, me alertaron.

Teníamos a Verónica, nuestra hija de 6 años y se nos había advertido que no arriesgáramos con un nuevo embarazo. Los médicos plantearon una solución posible y a esa chance nos aferramos. Su órgano vital vio la luz de las lámparas del quirófano y a corazón abierto le colocaron un parche de velcro.

Un año y medio después llegó Victoria, nuestra segunda hija y en enero de 2001 nació Gonzalo. Ya éramos cinco, gracias a Dios y al parche, que hasta el final de sus días llevará consigo, como recuerdo de aquel viaje de trabajo. “ De trabajo”, me repetí hasta el cansancio.

Mereces lo que sueñas, reza una frase pegada en la pared del dormitorio de una de mis hijas. Entendí que Mary ansiaba, soñaba y anhelaba aquel viaje a Bariloche y que de mí, dependía en gran medida consumarlo.

Días después de aquella merienda, me aboqué a alcanzar su sueño, que también era el mío y cuando tuve todo coordinado, el lugar de la estadía, la fecha del viaje, el dinero necesario, el auto en condiciones y hasta las rutas a transitar para llegar a destino, a través de un mensaje de WhatsApp, le dije que prepara su bolso y valija, que el viaje tenía fecha cierta y su sueño estaba a poco de ser alcanzado.

Mereces lo que sueñas, resultó tan cierto y necesario, que dejo aquí algunos testimonios en fotos y un vídeo para que descubran, no solo esta historia de viajes y relatos, después de todo, 1.400 km desde casa a esos lugares maravillosos no eran tantos.

La vida es tan corta a veces, que segundas oportunidades no deberíamos estar esperando. Mi sueño fue que Mary viajara y conociera Bariloche y yo feliz de tenerla a mi lado. Con un beso me dijo “Gracias”, con otro beso me dijo “Te Amo”.

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