Tenía una ex compañera y amiga que trabajaba en un instituto trilingüe en Zilina, al norte de Eslovaquia. Dado que una de las secciones era de francés y que en el Instituto en el que yo estaba impartíamos ese idioma, se nos ocurrió hacer un intercambio de alumnos. Era un poco comparar cómo un idioma aprendido a estas edades de 4º ESO y Bachillerato servía para interrelacionarse. Aparte de este interés, tras mi cabeza rondaban otros, como el de ver cómo se adaptaban nuestros alumnos a un sistema de vida mucho más modesto y muy distinto del que disfrutan en sus casas ya que en esos años Eslovaquia estaba todavía poco influenciada por Occidente y la vida estaba muy marcada por el régimen comunista.Había también la posibilidad de realizar excursiones entre las cuales la visita al campo de exterminio de Auschwitz no era la menos importante.

Nos concedieron la visita preparatoria. Consistía en que dos de las personas responsables del intercambiopodían ir a Zilina y hablar con la dirección del Instituto y las personas que iban a responsabilizarse del mismo, ver la posibilidad de los alumnos a hacer este intercambio (iban a vivir en familias) y, ver qué intereses tenían, qué objetivos en el viaje, etc.Hicimos un trabajo de relojería. Pusimos a punto las excursiones, los días de asistencia a clase, conferencias para conseguir los objetivos, es decir, un sinfín de detalles que hicieron que nuestra visita preparatoria fuera un verdadero éxito. Cuando expusimos la voluntad de ir a Auschwitz, nos ofrecieron ir a visitarlo nosotras dos y así, ver cómo lo podíamos enfocar. Como no nos podían acompañar, nos dejaron un coche y, con el mapa que teníamos en español –entonces no se tenían los GPS- una mañana temprano mi compañera y yo salimos hacia Oświęcim (Auschwitz). La distancia es (o mejor dicho, era, pues han mejorado las comunicaciones) de unos 150 km. Calculamos unas dos horas de viaje.

Llegamos a la frontera con Polonia y, aparte de lo imponente que eran los guardias polacos con sus uniformes caquis y sus botas altas y hablando exclusivamente polaco, no tuvimos problemas y nos dejaron pasar. A partir de allí empezó un vía crucis. La carretera estaba plagada de agujeros. No sé si la habían arreglado alguna vez después de su construcción, lo que sí era cierto es que la nieve y el hielo habían dejado sus garras en ella desde hacía mucho tiempo. Avanzábamos trabajosamente y, en un momento dado, nos encontramos con que nuestra carretera se acababa y estaba cortada por otra perpendicular. Ningún letrero. No sabíamos si ir a izquierda o a derecha. Sabíamos que teníamos que llegar a una ciudad (en mayúscula en el plano) que debía ser importante Bielsko- Biala pero no veíamos el letrero. No había ni un coche ni un alma en los alrededores. Nos detuvimos y miramos el plano pero, nada, no nos aclarábamos. La carretera era como una cinta blanca entre campos cultivados.Al cabo de unos cinco minutos eternos, vimos que una campesina vestida con falda fruncida y larga y con un enorme cesto apoyado en la cadera venía a lo lejos. Esperamos a que estuviera bastante cerca y, con el plano en la mano nos dirigimos a ella señalándole la ciudad de Bielsko. Nosotras no sabíamos polaco y ella no sabía leer. Nos hizo entender que el mapa no lo podía entender,dijo una frase bastante larga y siguió su camino. Saber idiomas es inútil si tu interlocutor los desconoce pero el no saber leer, nos pareció desesperante. ¿Qué hacer? Teníamos dos opciones: izquierda o derecha. Tomamos la derecha e hicimos bien. Al cabo de 20 minutos llegábamos a Bjylsko-Bjoło y supusimos que era eso. A partir de ahí ya no tuvimos grandes problemas en llegar a nuestro destino.

Aparcamos antes de llegar y nos dirigimos a la entrada. La vista de las vías delante de las verjas con el horrible letrero lleno de cinismo “Arbeit macht frei” me hicieron perder el sentido de la realidad y me trasladaron a una visión de la noche, con niebla, la llegada del tren, su ruido metálico sobre los raíles, la gente que, desorientada, baja sin saber dónde está, sin saber qué pasa, después de un viaje de muchas horas en el que han estado hacinados como ganado, sin un mínimo de condiciones. Los van separando: izquierda, derecha,… los hombres a una parte, las mujeres a otra, los niños arrancados de los brazos de sus madres, los ancianos violentados. Llantos, gritos, lágrimas, miedo, y todo esto en la noche, en la niebla, en el frío y lo que es peor en el desconocimiento del porvenir.

Fueron unos pocos minutos que me duró la visión pero mi rostro estaba bañado de lágrimas y veía y volvía a ver las imágenes del magnífico documental de Alain Resnais “Nuit et brouillard”. No sabía si podría soportar ver todo el resto.

Entramos y realmente la naturaleza es excepcional, la hierba –estábamos en mayo- como una alfombra, había recubierto todo el suelo. Todo parecía menos grave. Se veían los barracones donde dormían los internados, las cámaras de gas, lo que quedaba de los hornos, las habitaciones de los capos, el muro de fusilamiento, la prisión, la vivienda de los altos mandos, el museo con todos sus documentos y fotos pero, lo que me impresionó más fue lo que llamaban el hospital. Allí la imaginación del mal no había tenido barreras. Todavía quedaba una camilla. Su visión se hacía insoportable.

Fueron tres horas de angustia y tormento. El regreso lo hicimos en silencio pero convencidas que nuestros alumnos tenían que verlo.

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