Constantemente el trabajo arduo de las sombras, el ocultarse de la muchedumbre, el sonido incómodo del viento y las nieblas, eran parte del despojo que él tanto deseaba. Aquella ruta tomada por el viaje sorpresa, le hizo abandonar su rutina: su familia, su casa, sus pertenencias y también ayudó para la transformación personal: la búsqueda de su camino.

Constantemente el mundo está en un viaje rutinario, donde el tiempo es parte de lo cotidiano, el dormir es parte de la vida y el despertar es parte del silencio. Por más que el viaje sea estable dentro de la misma sombra, alguna vez las experiencias que tuvo fueron las que brillaron a sus ideas realizadas. Quería dejar atrás toda la rutina ordinaria creada por su mismo ser para poder envolverse en un manto blanco y romper su cascarón con el que portaba hace siglos atrás: quería convertirse en alguien nuevo. De un día para otro, por sorpresa, lo invitaron a conocer una extraña isla con estatuas de piedras y narices respingadas situada en lo más lejano del mundo, dónde los volcanes eran abundantes, el mar era turquesa y la flora y fauna eran extrañamente admiradas. Decidió que la serenidad sería parte del viaje liberando su mente sin prejuicios. Pero todo fue contrario una vez que llegó allí. La búsqueda personal del ser interno fue arrebatada por el deseo sexual de la mente gracias a los hombres y mujeres con torsos desnudos que se paseaban por los festivales del pueblo. Y aunque la lujuria haya sido un factor, no se hacia tan pesado, pues, no había comparación con disfrutar otro ambiente: un lugar donde no se podía escapar de las montañas con el caminar, si no, había que escapar con las alas puestas sobre los hombros.

Las nubes que acariciaban el mar todas las mañanas por la costa donde salía el sol, hacían que el atardecer solo podía admirarse frente a las siete estatuas situadas frente al mar. La serenidad inculcada del viaje recorría los cerros y praderas verdosas de tanta lluvia, mirando entre cerros todas las estatuas de piedra que se posaban sobre los pilares fundamentales de la historia del ser humano. Y de pronto, de tanta visita desde el primer día de aterrizaje, el cansancio culminó en una larga y duradera noche.

Y así el tiempo pasó, como si nada hubiese sucedido. La isla generaba una independencia enorme y generaba la idea de arrancar solo por la ciudad y festejar la libertad con calma. Y esos pensamientos solo venían por las noches como a las dos de la madrugada cuando recorrían en bicicleta las calles empinadas. Para cuando salía el sol por la mañana, bien temprano se levantaba el libre humano para desayunar un mango maduro caído del árbol. Era el néctar de la isla, uno de los frutos más exquisitos que había probado junto a la infinidad de piñas del mercado. Y lo que jamás probó del lugar mágico fue a los animales del mar, puesto que su dieta vegetariana lo impedía. Su alma tenía empatía hacia los seres mas pequeños del planeta, por lo tanto cada vez que un pez sumergido en el buceo se asomaba, éste le quedaba admirando con toda alucinación. Se balanceaban tanto los peces como el hombre con el oleaje del mar, era la primera vez que observaba tantos colores en animales y que admiraba tanta fauna marina.

El objetivo principal del viaje era disfrutar la independencia ya descrita: la libertad. Obtener la experiencia de factores que jamás había tenido. Así que cada mañana que veían caballos salvajes entrar por mangos del terreno a través del portón cercado, lo único que veían en verdad era la lucha de la sobre vivencia, pero de todas formas eran ahuyentados por el grupo de habitantes. El único objetivo de los animales era tomar un poco de agua de los charcos acumulados de la lluvia. ¿Había visto alguna vez tantos caballos salvajes en manada? ¿Había visto alguna vez blancas arena de una playa? ¿Tantas palmeras en una playa? ¿O misteriosas esculturas talladas en piedra que energía emanaban? ¿Había visto a seres indígenas caminar por las calles con sus pares? ¿O tantas obsidianas? ¿Tantas piñas, plátanos o mangos? Nunca. Estaba sorprendido y admirado por tanta belleza del lugar, y difícilmente las palabras salían de la boca cuando trataba de contar la experiencia, no tenía como describirla.

Uno de los últimos días en que las praderas estaban con lluvia, las palmeras se caían con el viento, las olas agitaban fuertemente el mar tranquilo turquesa y las aves cantaban, las deliciosas arenas blancas se adentraban por cada parte de su cuerpo y su cuero cabelludo. Fue el último día en que pudo mirar a su pareja descalzo y desnudo, pues lo dejaría también ser libre y despojarse de él por unos cuantos meses. Y fue el último día en que recordó las raras cuevas que goteaban aguas en sus recovecos, así como también los pilares fundamentales de la construcción del pueblo. Miró hacia más allá, al futuro, lo que el despojo y la libertad de andar descalzo por las calles y sin playera le traerían hacia su actualidad. Entendió con el viaje a la isla que todo lo que quería dejar era material y que el despojo no hacía mal. Supo que caminar por los volcanes más altos solo le traería aquella solución que el tanto quería. Captó la idea de la serenidad, de la libertad y aprendió que su camino aquí terminaba.

Se despidió del mágico lugar para dejarlo atrás. Para aprender que no caminaría más por el mar ni por los volcanes, que no volvería a comer mangos y plátanos. Dejó atrás todo el mágico lugar para aprender que lo espiritual solo era parte del camino y que las estrellas lo guiarían hacia el fruto de la maduración. Dio gracias al universo por haberlo llevado hasta el lugar, por sus enseñanzas, haberle mostrado el camino de la libertad. Dio gracias a su destino, al lugar mágico: Rapa Nui.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS