Dupont edición especial

Dupont edición especial

Mayela Bolívar

23/03/2023

Infraordinario – Si supiera cuánto pesa la necedad y el perjuicio que causa, diría que mi Antonio hoy pesa como el mundo al Atlas. Tiene una caja de cigarros y mi último destello. Los dos sabemos cómo llegamos a esto, pero él me oprime con hostilidad. Intento con mi último aliento darle esa pequeña llama que necesita. No lo logro. 

Añoro las noches en que llegaba, me acariciaba y luego prendía su cigarro. Lo fumaba despacio. Fiel, sacaba mi mejor llama, él la miraba fijamente hasta que se extinguía o le hería el pulgar. Así tuvimos muchas noches de intimidad. Pero es bien sabido que los humanos se aburren fácilmente hasta del milagro del fuego. Dejó de encenderme.

Una buena noche escuché que su risa se mezclaba con una voz dulce.

—Mira, era de mi padre—, le dijo. Ella me encendió y me acercó a su boca. Así conocí la chispa invisible que algunos llaman amor.

Se hicieron frecuentes las visitas de ‘Venus’. Es el nombre que le di a esa diosa cubierta en cachemir. Fumaban, me encendían, y luego se encendían ellos. Me jactaba de ser chapado en oro, de ser edición especial y de mi luz intermitente que se avivaba adrede por la vanidad de lograr muchas pequeñas muertes.

Ana ya no es mi Venus. Llegó tarde una noche. Mi Antonio no paraba de fumar. Quizás le alcanzó la frialdad con la Ana le dijo «tenemos que hablar». Me puso dentro del bolsillo de su camisa y abrió la puerta. La abrazó muy fuerte y luego la besó en la boca. Ana no correspondió del todo ese beso. Entramos. Mi Antonio le ofreció un cigarro y mi fuego. Les juro que puse todo mi empeño en encender, pero el afán de la primicia me restaba. Fui a parar al bolsillo de la camisa. ¡Ay, no! La algarabía de diástole y sístole.

—Ya está, lo vamos a dejar—, dijo Ana rindiéndose en el sofá.
—Olvidé recargarlo, pero tengo cerillas—, contestó mi Antonio.

—No va de cigarros ni de cerillas. Va de liarnos. Lo dejo—, dice Ana sin levantar la mirada.
Antonio mete la mitad de su cara entre el cuello del suéter que lleva y la mira como pidiendo clemencia.

—¿Por qué?

—No lo sé, ya no me basta. Es sólo eso. Soy yo.

Ana pega como un brinquito corre hacia la puerta y huye. 

Nos apagamos, Ana, mi Antonio y yo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS