Por. Karol Bolaños

La palabra, siempre a tiempo y destiempo; con pausa, silencio o demarcación por la acentuación. Con el destino de convertirse en frase, oración o texto.

La palabra con sentido, significado, vacía e imperceptible. La que vuela en el aire sin ser vista, escuchada, interpretada o sentida.

La palabra sobre-dimensionada que todo dice, define y moviliza las ideas. Esa que llena todos los espacios y absorbe toda la atención.

La palabra escrita o dicha con todas las letras en el orden que le dan sentido a su sonoridad; la que le faltan algunas piezas para ser ella misma.

La palabra o las palabras, como las de Jean Paul Sartre y sus apreciaciones sobre lo que le dio sentido a su vida.

La palabra, como el periódico humanista que recoje lo más sentido de una pequeña facultad provinciana en un lugar desconocido para los que se comen el mundo.

La palabra hecha dibujo, pintada en la pared, con significado solo para su creador, pero exaltada por su color.

La palabra sin más, la que brota como agua de manantial, la que se queda anclada como barco en altamar, la que se echa a volar como mariposa en víspera de su final; la ausente, como migrante sin identidad.

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