[infraordinario] Tú te levantas igual que cada día; te metes en el mismo pantalón y te ajustas la misma camisa, con los mismos siete botones que ayer. Sabes que algo es distinto, pero tus otros sentidos funcionan, camisa y pantalón encajan y funciona la técnica paleolítica de los botones. De modo que sales a la calle, y sí, notas que algo es diferente, pero caminas hacia el lugar que alguien determinó para que el autobús se suspendiera el tiempo justo como para permitirte encaramarte a él y penetrar por su compuerta y emular su ruta. Ese sitio, llamado parada de autobús, dista diez metros de tu portal, y en el breve paseo hacia allí lo adviertes: el césped cortado ya solo es césped cortado. Ya no trata, como antes, de alcanzarte a tu paso con sus dedos largos y vívidos que te devolvían a un punto concreto de tu prehistoria. Llega el autobús. Lo notas: han enmudecido la gasolina, el roce de neumáticos. Dentro, te entregas a la ilusión de que todo es igual, que nada ha cambiado. La gente viaja apretada, ajustada dentro de diferentes camisas y pantalones. Imaginas: una intrusión de sudor ajeno, parecida pero radicalmente diferente al sudor propio. Te bajas y andas por la avenida que conoces tan bien: todo es igual, en apariencia. Mismos ladrillos colocados donde siempre, mismos quicios de la ventana (pero las flores ya no dialogan), mismas caras de sueño en procesión, la frutería (allí te asaltaba antes la presencia del apio, ahora recuerdas su olor de hojarasca, su abrazo verdoso), el local del té moruno, todo es igual, quieres creer, no ha cambiado nada, pero el apio, la gasolina, el café, la menta, el lúpulo, el ragú, la hierba cortada son pedacitos de una utopía colocada tan alta que ya no alcanzas, que has perdido, y qué difícil es ahora caminar, seguir transitando este camino repleto de pedacitos de pérdidas que olían a menta, a hierba, qué difícil es seguir adelante paso a paso sabiendo que cada día de tu vida vas perdiendo un pedacito de ti que ya nunca regresa y que, aunque parezca un día idéntico al anterior, te estás arrastrando por esa calle repleta de tus propios pedazos tristes, llevando uno menos a cada paso, y mañana extraviarás un pedacito más hasta acabar siendo invisible, inasible, como todos los olores que estás persiguiendo en sueños.

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