Caminaba por las calles de mi barrio, la misma rutina de siempre. El sol brillaba con fuerza y el calor era insoportable. Pasé por delante de la tienda de la esquina donde siempre compro el pan, el señor Juan ya estaba allí, atendiendo a los clientes con su sonrisa amable. Como siempre, me detuve un momento a charlar con él y me contó sobre su nieto que había aprobado todas las materias en el colegio.
Continué caminando, pasé por el parque donde los niños jugaban y reían, el viejo señor que siempre estaba sentado en la banca leyendo su periódico, estaba allí de nuevo. Me detuve a saludarlo y me contó sobre su jardín y cómo estaban creciendo sus rosas.
Finalmente llegué a mi casa, me senté en mi sillón favorito y reflexioné sobre lo cotidiano de mi vida, estos pequeños detalles que pasan desapercibidos pero que son los que realmente dan sentido a mi vida. Me di cuenta de que estos momentos, estas personas y estos lugares son los que realmente me importan, no los grandes acontecimientos que la prensa nos hace creer que son importantes.
Aprecié el valor de lo infraordinario y prometí a mí mismo prestar más atención a estos pequeños detalles en el futuro.
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