(Relato infraordinario). 

De los anfitriones, el mejor. Esclavo por excelencia. En su hogar no hay margen para la picardía, esa que a uno lo hace querer beber de otra fuente, excederse con el discurso, desafiar a un espejo. Acoge la carne y el espíritu de un huésped que vive libre, que tiene facilidades por de más y que a su antojo puede aprovechar la juventud.  Corazón querido… Condenado estás a mantener mi cuerpo de pie. Pero, ¿por qué de a momentos me cuesta tanto sostenerme? ¿Es que durante ese tiempo no trabajas? ¿Existe un trato que no conozco? Puedo suponer uno: a costa de mi dolor del alma, él se prepara un banquete. Quiere latir intenso, quiere algo así como galopar: un éxtasis concentrado. Desde ahora y para siempre, cuando escuche un palpitar suave, o dos pálpitos juntos, hasta uno rebosante, voy a pensar en rojo, a sentirme hijo de la sangre: a saberme, de la misma forma que semejante artista, un condenado.

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