Bogotá, Colombia

Diciembre 5 de 2016

Sentada en mi cama y al borde de tocar con mi alma la muerte, recuerdo poco a poco las historias que mis padres entre sus pocas veces de cercanía y juventud, me contaron para que lo tomase en cuenta en mi futuro.

Recuerdo haber visto a mamá llorar muy pocas veces (ella era fuerte), también los insultos de mi padre que aumentaban en tiempos de estrés económico o cuando demostraba ser ese hombre amoroso y bueno, aquel que amaba ser querido, pero dudaba cada vez que lo hacía, le costaba trabajo aceptar que se equivocaba quizá con la misma frecuencia que una persona normal. Recuerdo y tengo los ojos vueltos lágrimas, estoy tomando con una brevedad repugnante lo que la vida me brinda y no es algo que esté escogiendo; si bien mis padres son una bendición, siguen siendo fortuna que yo no puedo recibir, y que más allá de todo, no quiero recibir.

Era una tarde de enero cuando le pedí a mamá que me explicara sobre el amor, su respuesta fue tan contundente que no supe cómo volver a preguntarlo, me dijo: “lo sabrás cuando lo vivas, el amor es algo que no puedes describir, por ahora no te preocupes”. Más tarde le pedí a mi padre que me contara sobre los sueños, él arreglaba el auto así que no le quedó difícil explicarme todo con un motor y un par de ruedas, en pocas palabras lo que comprendí es que los sueños consisten en esa motivación que se siente al despertar y saber que cada decisión que se toma es la correcta, luego le pregunté que si había cumplido sus sueños, el brillo de sus ojos se apagó y aunque no supo responder, sé que tal vez nunca lo logró.

Anoche, tras una fuerte discusión entre mis padres, me di cuenta que el amor es eso que llega pero se va, que la pócima del “felices por siempre” llega pronto al “siempre” y se acaba. Pienso a diario en qué tan cómodos están con sus vidas y me surge una tristeza profunda, anexo a eso mi dolor personal y no me quedan muchas ganas de soñar.

Me detengo y miro a mamá mientras prepara la comida, detesto cada día más esta existencia y realmente quiero morir. Cuando mis padres me observan a los ojos sé que esperan que sea más feliz que ellos, anhelan con ansias que para mí todo sea diferente, me quieren bien. Lo que ellos no ven es que tienen una desquiciada bohemia, un alma vacía que solo se escapa entre penumbras y cuyos sueños se han roto desde niña, desde que su tío la viola y crece con la certeza de que todo será oscuro y obsoleto. Quizá mi padre habría ayudado si yo se lo hubiese dicho a tiempo, quizá mi madre me habría cuidado después del dolor que me causó tal incidente, pero lo cierto es que yo no nací para ser cuidada, no nací para estar bien.

Sé que resulta arrogante de mi parte pensar en mi muerte antes que en mis sueños, pero entiéndanme, yo solo quiero un último adiós…

Con cariño, Julieta.

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