Apenas puedo percibir la hora en la que me despierto. Me siento algo mareada.

Noto un ruido, un torbellino. Hace frío. Aunque a pesar de todo amanezco sudorosa y temblorosa. Despojo mi pijama húmedo de mi cama. Con el último recuerdo de haber encontrado mi cama a tientas.

En la calle está oscuro. Puedo percibir que está el cielo muy tapado. No se decide a llover.

Estoy sola en mi habitación. No hay rastro de ellos, sus camas con sus respectivas mantas yacen en el suelo. Tres camitas con sus tres mantas. Parece que se han levantado con prisa. Pasean por el largo pasillo, juegan, ladran alterados como nunca los había escuchado. Están nerviosos.

Cleo entra en la habitación. Me busca con su hocico en mi cama. Insiste en que me levante. Me lame mi cara ansiosa. Shiro y Stella la siguen.

Todos están impacientes. Es sábado. Pero ellos no entienden de calendarios. Quieren que me levante. Parece que sepan algo. Me hablan con la mirada que yo no sé descifrar. Y me aturde. Observo mi copa de vino tinto que anoche dejé en la mesita de noche sin acabar.

Dicen que las penas con vino, saben mejor. Un día agotador que pasé en la oficina haciendo balances y dando por finalizada la relación con Gonzalo. Gritándome desde el auricular del teléfono. Según él, tiene otras prioridades. Después de once años de relación.

– ¡Genial, Gonzalo! ¡Qué te coman los diablos vivos desde el infierno!-

Recojo mi pelo en una coleta y levanto de la cama ya por insistencia. Tienen ganas de salir a la calle a jugar. Caliento mi taza de leche con cacao y contemplo el paisaje frío que nos depara la calle. Árboles al compás del viento. El cielo amenazado por la lluvia. Una sola calle convertida en hojarasca. Sólo se oye la brisa, como si de un fantasma agonizando se tratase.

La paz me invade en mi mente agitada. A la vez me siento descansada y liberada a pesar de mi tristeza absoluta.

Al vestirme cojo las correas de los tres y bajamos a la calle.

Gozamos de la tranquilidad de la ciudad. Aunque hace frío. No hay tráfico de bicicletas ni vehículos. Animada por esta libertad corren sueltos por la calle y corro, y me río, y disfruto viéndolos.

Mi mente ahora está desconcertada y confunde si es sábado o Domingo. No hay nadie en las tiendas.

No hay sirenas en la calle, no hay vendedores, no oigo el motor de los coches.

Acompañados del ruido del aire, ellos disfrutan oliendo. Jugando entre ellos.

Y, soy feliz con ellos. Mi reloj marca las doce de la mañana y aún no llegó el panadero.

Me acerco a la tienda. Está abierta, pero no hay nadie. Parece que se haya ido con prisa y que haya dejado el establecimiento abierto.

Shiro, Cleo y Stella van delante de mí. Están cansados. Al subir a casa se acuestan en sus camas. No tardan nada en quedarse dormidos.

Enciendo la televisión pero no hay emisión de nada. La radio se enciende, pero no hay dial que me informe. El microondas, la nevera, el móvil, están en perfecto estado.

La ducha funciona correctamente, así que empleo un rato en asearme y maquillarme.

Marco el teléfono y llamo. El teléfono marca pero no hay respuesta. Cojo mi agenda de la mesita y nadie contesta ninguna llamada.

Me dirijo a casa de los Serrano, viven a dos manzanas de mi calle. No hay nadie. Me voy hacia el metro, y no está el vendedor de billetes ni Francisco, el lotero de la ONCE.

Entro, y pasan los minutos. Y no hay trenes.

Entonces, me corre un escalofrío por el cuerpo. Y es allí, en medio del andén, en medio de la nada cuando lo entiendo todo.

El fin del mundo llegó.

Vuelvo enseguida a casa, necesito estar con ellos, con los míos. Abro la puerta y como cada día vienen y me reciben y es cuando juego con ellos sin cesar.

Soy consciente de que el tiempo pasa, me marco cada día con un rotulador el día del calendario que tengo colgado en la cocina.

Samuel Beckett y Joseph Conrad no faltan en mis ratos de insomnio. Me pierdo entre las hojas de EL innombrable.

A veces, cuando no hay lectura. Recuerdo todos los viajes, todos mis momentos que tuve con Gonzalo. Y me quedo allí reviviendo. Evocando al pasado. Y no entiendo. Y sigo y me maldigo y me culpo. Entonces, me tapo con la manta. Y, es cuando ellos, se dan cuenta de todo. Y me lamen, me besan de tal modo que no puedo parar de llorar, de alegría. Y es cuando me doy cuenta de que no necesito más.

El tiempo pasa para nosotros regalándonos esto, la vida, nuestra vida. Pero, me aterroriza la noche. Y, si ¿No existiera un mañana? ¿Y si desapareciera de la vida? y si el mundo acabase con mi vida?

Si el mundo decide llevarme, que me lleve con vosotros tres.

Pasa el tiempo y hago murales de fotos. Con todos vosotros. Mi único motor para vivir. Mi única y grata compañía. Mi felicidad.

Y paso cumpleaños con vosotros. Y es el mejor regalo que nos podemos dar. El mundo se paralizó en su día. Pero nosotros aquí seguimos. Viviendo deprisa. Soñando despierta.

Y soy consciente de que la vida pasa. De que estoy viva. Y ellos, siguen. Tranquilos, ajenos al mundo exterior. Disfrutando del día a día. Del presente. De nuestro presente. De nuestra y única vida, paralela al mundo. A un mundo en el que dejó de existir. En el que todo y cada una de las cosas se paralizó. Excepto nosotros.

Y, en aquel instante del año 2050 me di cuenta. Que la vida fue eterna. Fue constante para nosotros. Y me reí. Porque éramos interminables en nuestro mundo. Y sonreí a la vida.

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