ENTRE ALBAS Y OCASOS
TE DEJO LA NOCHE
Dejo los astros de tu mirada
en la memoria de mis ojos,
quizá la distancia
alivie mi nostalgia.
EROTISMOS
Soledad a galope desbocado,
oye oído oye, las sirenas convocan.
El ímpetu, de los años mozos,
me hizo deshojar ramas otoñales
para descubrir primaveras grises.
Y mis manos juveniles,
también, agitaron,
caudales mansos
en estaciones secas,
imaginando los muslos
de Helena de Esparta.
Oye oído oye,
tu relincho
de caballo satisfecho,
hasta que empiecen
a ausentarse las musas.
PASIONAL
Dibujamos nuestros nombres
en el difuminado color de la pared.
Hubo tantos, como nosotros,
que dejaron el rastro rupreste
de su paso, y su peso,
por ese espacio breve.
Solitarios viajeros
aturdidos de insomnio.
Parejas infieles
Justificando sus vidas vacías.
Jóvenes ardorosos
descubriendo a Kamasutra.
Y ellas, entre ellas,
y ellos, entre ellos.
Timbró el celular, y respondió.
Estaba en casa de una amiga, dijo.
Yo deliraba, tendido, bajo ella.
43 NORMALISTAS
TRISTE MEMORIA COLECTIVA
Primera memoria
Han callado, los grillos,
el sonido clandestino
de sus cri cri continuos.
Aturde esa absoluta calma
en la que se ahogan los sonidos.
Más allá del silencio de la noche
hay una alfombra, sombría e inerte,
de mariposas agonizantes
regadas por el camino.
Más allá de ese silencio,
antes y después, hubo un ruido,
un ruido sepulcral de torturas
que congeló la sangre en cada grito;
fue el crac de aquellos huesos triturados,
lo que apagó el cric del canto de los grillos.
Por aquí pasaron los opresores,
los que se arrancaron el alma
para vivir, de la conciencia, proscritos;
son las falanges de la muerte
deshojando tréboles marchitos.
Son del dinero, esbirros con placa,
narcos y sicarios, en un solo equipo,
son los innombrables de Ayotzinapa,
los nahuales, los zombis asesinos,
masacrando la libertad de los sin patria
en un horrendo embudo de suplicios.
El cielo, mudo testigo, llora,
la fría impiedad del genocidio,
fueron 43 los que no volvieron,
fueron 43, los desaparecidos.
Ya ni el viento con sus ondas de aire,
ni con sus ráfagas de remolinos,
podrán guiar, desde la flor, el polvo
del polen brutalmente desvanecido;
ya no agitarán el verde fluorescente
que se hizo color turbio de hojarasca,
en un otoño tempranamente extinguido.
Todo se apagó. Se entristeció todo.
Después del relámpago asesino,
los árboles temblaron en sus ramas,
los pájaros abandonaron los nidos,
mientras los lobos, bajo la luna,
seguían desmembrando, a las flores,
sus estambres, pétalos, y pistilos.
La primavera del futuro incierto
fue cortada a medio ciclo;
a medio camino de la ruta,
fue raptada, mutilada, envilecida,
por la consigna monstruosa
de una bestia que transpira sangre
y tiene,en el infierno,su recinto.
No hay señales ni huellas
en el silencio espantoso
de aquella muerte incognoscible
que se tragó el fuego y la tierra.
Segunda memoria
¿Dónde está el hermano, el hijo,
el familiar entrañable y amado?
¿Dónde están los 43 suspiros
de la misma sangre, de la misma carne?
¿Dónde están las 43 presencias añoradas?
¿Dónde, cada uno de ellos, donde?
Todos de una misma patria y de un mismo mundo.
Todos, desaparecidos, por la misma mano asesina.
De la misma raza todos, todos humildes.
No se fueron, se los llevaron,
No se rindieron, los quebrantaron,
No se callaron, amordazaron su voz,
y aunque les arrancaron las plumas
jamás dejaron de agitar sus alas rebeldes.
Y aunque les arrancaron la corteza
no pudieron doblegar sus profundas raíces,
a ellos que salieron a marchar sin armas,
a ellos que levantaron, en acto rebelde, solo sus libros.
Raza indómita de Ayotzinapa, raza herida,
sigues anudada en crespones de duelo,
tatuada en la ceniza de esa hoguera bárbara
que nubló de un rojo intenso tu cielo;
sigues, Ayotzinapa, hundida en el pozo
de esa noche genocida que marchitó la simiente
bajo el paso brutal de un tropel de bestias
sin patria, sin escudo, ni bandera.
Fue horadado el surco virgen, mancillado,
en aquella noche de presagios funestos
que prendió la hoguera de la muerte
y apagó el brillo de las estrellas.
Aun se espera, en el hogar humilde,
la presencia que alegraba el aposento,
la voz familiar que despertaba el alba,
aquella sonrisa que lo iluminaba todo.
Aun se espera,
inútilmente,
a los 43 de Ayotzinapa.
LA SIESTA DEL TIGRE
Traivol releyó,
para sí mismo,
su “Desahogo de una garza
en tiempos de antihéroes”,
-poema de una noche inspirada
en el patio trasero de casa
quemando hojas de cannabis-.
Versos excepcionales
-sin lugar a dudas-
de su temperamento febril,
que pasaron inadvertidos,
igual que “arbitrios impúdicos
de una rana
que se creía conejita”
o el mismo “erotismo
de un martillo desnudo
entre cáscaras
de cangrejos hermafroditas”.
Releyó,
con entusiasmado acento,
aquel fragmento
que erizaba sus poros:
…..el inmenso y temible predador
yacía, exánime, bajo las patas,
largas y flacas,
de una garza gris,
la que se veía incólume,
sin fatiga alguna,
después del supuesto,
e inaudito, enfrentamiento,
librado,
en aquel lugar,
contra el temible tigre.
Cuando todos los animales vieron
aquella imagen de señorío evidente,
un sonido enorme, proclamó, ovacionó
esa proeza inigualable y casi imposible.
Todos los animales festejaron, cantaron,
danzaron en torno de la gran bestia
Todos los animales presentes,
festejaron,
cantaron y danzaron,
en torno al gran carnívoro
que yacía, aparentemente vencido
(loando también, a la sin par heroína).
¿Pero tenía acaso sentido o lógica
que una fiera de ese tamaño
pudiera caer vencida,
desvanecida a muerte,
por una garza enclenque
como aquella?
No, en realidad,
la garza solo pasó por allí
y se posó un momento
sobre el inmenso felino
que dormía su siesta.
Nada más hubiera sucedido
de no ser por ese aciago bullicio
que despertó al monstruo,
quien engulló a cuanta presa pudo,
incluida la garza.
EL PECADO.
El amasijo de barro
recibió, de pronto,
ese suave
y dulce aliento de vida
que atomizó las micropartículas
de una reacción eléctrica en cadena.
Y fue así, por vez primera,
que despertaron los ojos,
y se abrió, con el destello de la luz,
el paraíso de la naturaleza.
Y, por vez primera, respiró,
el Ser,
el perfume de todas las esencias
en el preludio de la brisa
y en el aire.
Luego vino el sonido
en el rumor del mar que provocan las olas,
en el crepitar de la lluvia,
en el migratorio gorjeo de las aves.
Escuchó el sonido del fluir de los ríos
y la agitación del viento entre el follaje.
Y fue después la sed
seguida por el hambre.
Al final el crujir de vértebras,
la tensa dinamia de los huesos,
los músculos y la carne;
la sangre fluyendo como un río
en dirección de sus cauces,
como marea brava.
Primero fue él,
luego esa sensación
de soledad,
y vino ella,
y, con ella,
la fruta prohibida
de esa intensa pasión
llamada pecado,
con todas sus ansias.
EGOCENTRISMO
No es la tarde,
es, el silencio de la penumbra,
la tristeza que se agita
en el fluir de las horas
que se marchan.
Es el espacio vació e infinito
de una sensación solitaria
que nos marchita el alma.
Es la aciaga indiferencia,
de la maldad como instinto,
que nos conduce,
por el mismo círculo
en que muere la esperanza
Y a veces,
cuando el sol suelta
su último destello
de astro moribundo,
nos llueve
una carga de ebrias monotonías,
de espesas melancolías,
que nos ahogan, por dentro,
con su agria resaca.
Y, esas veces,
después de todo,
en nuestra esencia humana,
se nos hace llaga,
la tozuda hiel,
de ese fatal egocentrismo,
que nos amarga.
CULPAS EXTRAÑAS
Todos, o casi todos,
cruzamos una ruta ficticia,
una senda inventada,
para retornar, presurosos,
a la misma rutina obligada.
Y, a veces,
intentamos perdernos,
en el vicioso silencio
de la soledad falsa,
llevando,
como equipaje,
simples utopías mundanas.
No obstante,
casi siempre, vivimos,
rezagados,
estacionados,
en un cubículo de prejuicios,
lanzando,
palomitas de resentimiento,
por las ventanas.
Todos, o casi todos,
nos aferramos,
como hojas a las ramas,
de una cometa
de ilusiones vanas,
esperando,
sobre el reflejo tenue
de la escarcha,
que nuestra sombra
se enamore
de un fantasma,
para robar besos ajenos
y culpar, a los duendes,
que tienen, a los espejos,
como moradas.
ARDORES
Presiento el roce de tu mano
recorriendo la huella de mis caricias.
Imagino tu caricia tibia
sobre mi piel ausente,
y escucho, a lo lejos,
el romper de las olas del mar.
Hace unos segundos has despertado,
y miras mi retrato.
El mar besa la orilla,
y tu mano busca,
mi rastro perdido,
nuevamente.
INERCIAS
Somos dos extraños conocidos,
dos pasantes sin ruta
que se encontraron en el mismo camino,
dos que probaron la misma manzana
y terminaron el árbol entero de ese paraíso,
luego…. nada,
nada más que un coágulo de fatigas
que se marchita en el pecho.
En ese cielo sin estrellas,
en ese cauce sin aguas,
en ese lado muy tuyo
y desde este lado muy mío,
para no morirte de la rutina,
te escucho decir,
esa especie de anuncio publicitario repetido,
¿ME AMAS?
Yo respondo por inercia,
medio dormido,
………. ¡Sí!
MEMORIAL
Viento y ceniza, polvo,
polvo y viento, ceniza,
ceniza y polvo, viento,
ya nada queda
de aquel sentimiento profano,
solo cierra los labios
que tengo sed de ermitaño.
Polvo y viento,
tu piel se marchita
en las alas desgastadas
de un pájaro de nieve
que perdió la ruta
de tu memoria
y tuvo muerte de hielo.
Polvo y viento,
tus manos extendidas,
en un adiós sin tiempo,
sueltan la ceniza de mi último deseo.
JUEGOS PRECOCES
Tendí una vela larga y espesa
en el barco de papel de la infancia,
trasnochando, hilando la ruta
hacia esa isla solitaria de mi sueño,
y tuve que llorar el naufragio repetido
en mis tentativas de fuga.
Los demás eran niños
Las veredas de lluvia inagotable
eran cauces inmensos, mares picados.
Yo navegué esas turbulencias
y rehice, una y otra vez, mi nave,
esa misma nave, húmeda y acosada,
derribada por la tempestad furiosa.
Los demás eran niños.
Y repetí, en cada tormenta,
mi obsesión de marinero de tierra,
hasta que ella trastornó mi periplo
y guió mi nave hacia su isla,
y aprendí a navegar en su cuerpo.
Los demás eran niños.
PRISIONERO DE MI MISMO
Yo soy de este pueblo,
de memorias alegres
y de historias tristes,
ubicado en la geografía milenaria
de viejas y rocosas montañas;
soy de esa tierra de girasoles,
de orquídeas y violetas,
de mapaches,
de osos de anteojos,
de anacondas,
de cóndores, de pumas,
de héroes y de bandidos,
desde el sur por el norte
y un poco más allá al sur
por el sur.
He sido un número de cédula,
un usuario de cabildo,
y a veces ni eso,
solo mestizo o indio,
solo mulato o negro;
pobre, nada más que pobre,
he sido.
Yo soy de este pueblo
que es nación, país, patria,
terruño multiétnico,
democracia de ironías plutócratas,
de demagogias ingratas.
Danzante soy,
y he sido,
obrero, guerrero,
y monarca.
De este pueblo soy
que es Dios mismo,
que es madre sin parirme,
hijo he sido, mucho más que hijo,
tierra mismo he sido,
hijo y padre, patriota, paria.
Llanto y miseria he sido
en el holocausto de mis ancestros,
explotado, explotador,
esclavo y amo,
fetichista, alquimista, brujo,
cultor de imágenes falsas.
He sido fanático,
hombre de fe,
y anticristo.
Yo he sido esencia de azares,
coraza de armadillo,
fibra muscular de felino,
explosión de constelaciones,
bosque tropical,
selva, valle, montaña,
majestuoso cóndor andino,
océano, rio,
oro, cobre, y plata.
He sido piedra de pie
para altares,
espacio,
viento,
tormenta,
grito,
árbol,
hoja,
fruto,
colmena,
abismo,
cascada.
Yo he sido estatua de bronce,
lujuria, orgía, sensualidad, erotismo,
sol, luna, estrella, cometa,
frase prostituida, lacayo,
apenas estereotipo
de represor y reprimido.
Sí, soy y he sido sombra,
nada más que sombra,
desde el sur por el norte
y un poco más allá al sur por el sur;
apenas cosa para el arte,
apenas indio o mestizo,
mulato o negro,
nada más.
Prisionero de todos
y de mí mismo,
para constancia.
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