A quien yo sé.

Saliste de tu sueño
como quien de casa huye
tras un día leve, aburrido,
lento.

Flotaste con la suavidad
del viento hasta la nube de paso
que cubría
en el cielo de agosto
la sexta luna.

Ansiosa de volver al sueño
caíste, desde la celeste bóveda,
cual estrella que cae del cielo
al extraño sueño
de un confundido.

Te vi entonces,
fugitiva de tu sueño
para ser intrusa en el mío,
en un sitio familiar, y sin embargo,
extraño.

Como un rayo, fugaces
pasaron las horas de la madrugada,
pero al lado tuyo, en el sueño,
fueron eternos los minutos
en que mis labios
tocaron los tuyos y tu alma,
que reluciente salía
por tus pupilas para entrar a las mías
y comunicarle
a quien gobierna cuando duermo
eso que se dicen aquellos que,
en un pasillo, toman café.

De pronto, ignorante
de la escasa diferencia
entre sueño y realidad,
desperté, ¿o caí dormido?

No sé, no importa;
abrí los ojos. No estabas aquí.

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