Dio la frente contra una espalda de ladrillos
y entonces
después de girar como una muñeca violada
se vio envuelta alrededor de una jeringa
que una mariposa
caprichosa mariposa
le alcanzó
cuando
intentó esquivar un anacrónico dedo,
dos dedos y un dibujo de inodoros flotantes
frescos inodoros gramaticalmente inconexos
para una ciudad colonial
devastada y sin alumbrado público.
Entonces en hedor a lágrima
se fundió se hundió con el caparazón
nocturno de ese hombre que la mató por la carne y en la carne
el pueblo que hizo de todo el oro del cielo
falos y úteros
para confort de los elegidos
los asesinos
dentro
y
fuera
de la tierra
de los Evangelios
que nada nada nada nada nada nada nada nada nada
tienen que ver con Cristo.
Se devora al hombre
con flores amarillas
y grita
y después flota
sacando la lengua
sonriendo un poquito
mientras el resto de machos cientificistas
corren llorando
para refugiarse en el templo
de la RAE y la diplomacia internacional
que mutila inmigrantes africanos,
negros africanos
negras africanas,
esos animales que no toleran
si no es dentro de zoológicos
o muertos por bombardeos millonarios
a pocos kilómetros de una playa italiana
donde rubios miran tetas sintéticas
y piensan que no hay nada nada nada nada nada más que eso.
Ella golpea
con furia
desordenando los átomos
del texto inacabado
besando las tumbas
de desconocidos poetas desnutridos
aún
después de muertos,
y come maíz
y después salta
rompiéndose los dedos de los-los-los pies;
no le importa
y así
con las piernas deformadas
iguales
colapsadas
patea más fuerte que nunca
aunque el desierto se caiga
entre bocas y ojos
de rutinarios bárbaros filósofos europeos
cuya única metafísica posible
es cuidar la cultura que hace de lo que está del otro lado
del muro
un
holocausto que en Instagran no importa.
La sangre le cae por la cara
y la bebe
y otra vez su frente da contra la espalda de ladrillos.
Las frutas de óleo tiemblan
y
La mano
desarma
el corazón de la marea.
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