Memorias de una ex-callejera

Memorias de una ex-callejera

ARACELI HERNANDEZ

29/12/2017

Alguien dijo alguna vez que no se deja de ser lo que se fue, y que perro que come huevo, aunque le quemen el hocico. Quizá no recuerdo quien lo dijo porque no estoy de acuerdo con su pensamiento, yo, que fui de la calle, y, hasta donde puedo recordar, allí nací y crecí, hija de una meretriz alcohólica y de un enfermo adicto a sustancias prohibidas, que jamás me reclamaron como hija suya, la calle lo hizo, esas calles Tijuanenses de la Zona Norte, donde a simple vista impera la decadencia humana, construí una burbuja mental, no se si espiritual, pero era un espacio donde cada vez que podía y tenía necesidad de aislarme, de ponerme a salvo de alguna situación o de alguien mal intencionado, cerraba mis ojos y mágicamente entraba a un mundo donde me era posible jugar y soñar con una vida mejor, sin ultrajes de ningún tipo, justo como lo veía en las caricaturas de Candy Candy, que de vez en vez me daba cita para ver a través del aparador de las tiendas de mi calle.

Soñaba que era Candy Candy, y es que, teníamos tanto en común… recuerdo que estaba ansiosa por conocer el desenlace, tenía urgencia por saber si al final la protagonista lograba ser feliz.

Si, es verdad que mi cuerpo fue violentado a temprana edad de muchas maneras, sin embargo, la alegría que experimente cuando vi a Candy Candy encontrando un hogar, el amor y la felicidad, tuve la certeza de que algo así de maravilloso aguardaba para mi, y fue ésa idea, con esa gran carga de emoción, que me ayudó a resistir un poco más esa vida donde carecía de lo esencial para que una niña pudiera crecer con un cuerpo y espíritu fuertes: compañía, cuidados, reconocimiento y amor.

Fui callejera, prostituta pues, hay quién afirma que la persona que recurre a una prostituta, entra a un mundo de decadencia del cual es muy difícil salir, yo, solo quisiera saber si quienes afirman esto fueron clientes o prostitutas, nada más por pura curiosidad.

La calle me enseñó muchas cosas, y todas me sirven para enriquecer la vida que ahora tengo. Mi mayor lección es que la calle no es mala ni buena, la calle simplemente es, y es como un tianguis donde todo se oferta si hay demanda, y cada quién elige que cosas tomar.

De todas las personas que entraron de manera forzada a mi vida, o al menos de las que puedo recordar, hay solo un hombre, que de solo recordarlo quisiera apretarle el pescuezo, y es que, quería forzarme a fumar mariguana, por alguna razón, aún en mis momentos más tristes y desorientados jamás recurrí a ningún tipo de droga y tampoco al alcohol.

En la Calle encontré muchas personas buenas, las otras no las recuerdo, excepto a ése hombre.

Estuve enojada un tiempo, poco en realidad, cuando veía niños pasear con sus padres, hoy amo a mis padres. Entiendo que existen almas con un propósito, almas como la mía, que, solo necesitamos un «ride» para llegar hasta acá, los padres son solo un pretexto, un medio, algo así como un servicio de taxi para llegar a esta maravillosa tierra, donde solo sufre el que quiere. Mis padres púes, lo hicieron bien, me trajeron, llegue aquí y estoy viva y aunque tuve muchas razones para ser la peor persona del mundo, elegí distinto.

Elegí por ejemplo, ir de lunes a viernes a las 3:00 de la tarde a ver Candy Candy a través del aparador de esa tienda de mi calle y lo hice cada día como si se tratara de una cita con el destino. Elegí jugar a hablar como los personajes que aparecían en esa caricatura y lo hice de tal forma que a los 12 años de edad, por mi manera correcta y ceremoniosa de hablar nadie podría imaginar que era una niña de la calle. Elegí pedirle al viejo Steve, veterano de Guerra de Estados Unidos, deportado a Tijuana, que me enseñara a hablar en inglés y en francés.

Luego, cuando terminó mi inspiradora caricatura y con la certeza de un futuro prometedor, elegí apresurarme a ese futuro y finalmente deje mi calle a los 17 años.

Ofrecí mis servicios en una casa para mujeres emigrantes haciendo de todo, limpiando, cocinando, cuidando a los hijos de las mujeres que salían a trabajar, esto es lo que más me gustaba hacer, jugar con los chicos, abrazarlos, alimentarlos, enseñarles cosas y evitar a toda costa que salieran a la calle, sin protección.

A esta casa acudían periódicamente maestros encargados de alfabetizar tanto a los niños como a las mujeres adultas, así que hice otra elección, terminar mi educación básica, primaria, secundaria y luego pude graduarme del bachillerato en modalidad abierta. Allí fue donde descubrí mi más grande pasión: los libros. Recuerdo noches enteras leyendo libro tras libro, no podía entender como pude pasar tanto tiempo sin ellos, descubrí nuevos mundos, nuevas maneras de pensar, nuevas culturas.

He escuchado innumerables veces que el «hubiera» no existe, yo digo que si, que si hubiera tenido libros desde antes, libros como cuentos, mi vida hubiera sido mejor desde antes.

Todo ésto me enseño a no llorar sobre la leche derramada. Pues la mujer que hoy soy, es la suma de cada evento y persona que se cruzo por mi camino.

Hoy, soy graduada de una Universidad de mucho prestigio, con un posgrado en Desarrollo Humano y tengo un trabajo muy claro: Trabajo por el progreso de las personas, como facilitadora en procesos transformacionales y lo que hago es acompañarlos cuando necesitan contar con un navegante en su viaje, que les muestre cosas que por si solos no pueden ver y que consideran que una perspectiva alterna puede ayudarles a ampliar su visión, para amarse a si mismos, para que sean mejores de lo que ya son, a ser felices pues.

Gracias. Gracias vida, gracias Dios, gracias a cada rincón de la calle que me acogió!

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