Mediodía de otoño.

Viaje en Tren.

Línea Roca.

El ritmo es lento sobre rieles. El piso del vagón está sucio. Las ventanas abiertas. No hay opción de cerrar los agujeros de los vidrios. El silencio es un bien preciado, una utopía, un deseo que se pierde en la voluntad de los gritos de vendedores ambulantes.

Pasa un joven con parlantes al hombro. Desparrama música a todo volumen, canciones de cantantes que tengo el placer de no conocer. Nadie le pidió que lo haga, pero de todas formas invade. La incomodidad es una constante. Me siento fuera de contexto.

Estación Don Bosco.

Se detiene el tren.

Nadie sabe los motivos. Pasan lentos los minutos. Busco entre la gente una mirada cómplice que me explique qué es lo que sucede, la razón de la detención. El guarda pasa por el pasillo gritando:

Tren demorado por fallas en la señal.

Ésa era una señal.

Quiero desaparecer de ese escenario improvisado, decorado de desaliento. Miro alrededor. Siento una energía espesa. Encuentro un sólo destello de luz en el rostro de una nena de ocho años que me sostiene la mirada. Pasado unos minutos también me molesta su mirada.

El resto de la gente estaba consumida, entregada a una vida que habían elegido por descarte. Firmaron un pacto de resignación entre el ayer y el mañana, entre lo que querían ser y lo que son, entre lo que esperaban del mundo y lo que éste finalmente les entregó. En este tren todo da lo mismo: el silencio, el ruido, avanzar, permanecer quieto, ver las señales, no verlas…

El tren amaga un movimiento que no prospera.

El tiempo se escurre entre los durmientes, mientras tanto ellos duermen a gritos. Me abraza una angustia incontenible. Una angustia por ellos, por la remota posibilidad que me invada la entrega, la resignación. Si permanezco aquí yo también corro el riesgo de ser anestesiada. Quiero bajarme de este maldito tren, empezar a correr por las vías, volver a mi casa y hacer un fuerte con mis libros, mi música… atrincherarme.

“Aproveche… a los cinco alfajores por diez pesos, diez pesito nada más.”

Quiero gritarles, despertarlos, darles una señal. Pero no. No lo hago. Quiero pedirle al vendedor que deje de aturdirnos. No podremos así escuchar las señales. No quiero cinco alfajores por diez pesos. Quiero llorar.

El silencio se asoma interceptando unos pocos murmullos.

Cierro los ojos. Intento tranquilizarme. Comienzo a controlar mi respiración y mis pensamientos. Me dormito. Pierdo la noción del tiempo que llevo allí varada. Ya soy una más del vagón. Me apago con ellos. La mente comienza a ponerse en blanco.

El tren arranca nuevamente.


Mediodía de otoño.

Viaje en Tren.

Línea Roca.

Estación Don Bosco.

Se detiene el tren.

Tren demorado por fallas en la señal.

El tren amaga un movimiento que no prospera.

“Aproveche a los cinco alfajores por diez pesos, diez pesito nada más.”

El silencio se asoma interceptando unos pocos murmullos.

El tren arranca nuevamente.


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