De mañana todos estaban en la escuela, pero en los fines de semana, desde temprano llegaban. No había quién los parara, sólo algún carro como yo que les pitara.

Todos los niños, hermanos, primos o sólo conocidos eran dichosos al jugar por la calle Miguel Alemán.

Dos equipos, de 6 cada uno, con una pelota en la mano, se alistaban para el juego de los ¡bateados!, mi favorito, las llantas de este triste narrador siempre eran la primera base. Se oían los gritos de los chamacos eufóricos, unos graves, agudos, de llanto y de berrinche, los cuales hacían que mis cristales casi se rompieran y que los vecinos salieran. La calle rebosaba de vida como de gritos.

La sencillez de los niños me fascinaba, sus juegos, juguetes y la armonía de todos, me refiero a un «todos» porque tal vez creas que sólo hablo de los escuicles traviesos, pero, no sólo había infantes, sino que, muchos adultos, ellos eran los líderes en las cascaritas y los vigilantes de los carros que vinieran a prisa, de la pelota que se volaba o de los que se lesionaban. Todo esto daba una buena tarde, los rayos del sol se lucían y la pared gris parecía de color. Sus caritas tan llenas de inocencia y de una sonrisa que radiaba paz y esperanza.

Al tiempo que las estaciones avanzaban, podía ver cómo crecían en su educación, entendimiento y valores, no existía nada con lo que yo me complaciera más en ver a los niños y niñas siendo ya jóvenes. Sus vestidos cambiaban por un par de botas, jeans rotos y una blusa, los varones vestían casi igual, excepto por los shorts de colores cortos, ya eran bastante grandes para que cupieran en ellos, bueno, por lo menos eso pienso yo.

Cuando los grandes se iban, los más jóvenes eran dueños de la calle con sus patines, bicicletas, balones, carritos, cuerdas para saltar, resortes y puedo decir con franqueza que, hasta con unas simples botellas de plástico podían divertirse hasta el atardecer.

Las generaciones fueron pasando, así como las estaciones, como las flores de bugambilia que, las vi como un millón de veces volver a retoñar. El tiempo pasó pero con él habían muchos cambios; por ejemplo, los carros se habían vuelto más lujosos, la calle era la misma pero la sociedad había modificado.

He oído que el ser humano siempre tiende a evolucionar, que en su cuerpo reciben transformaciones, pero yo veo que su alma cambia, así como sus pensamientos y sus intereses.

En la actualidad, yo sigo en la misma calle, averiado en el mismo lugar, con los vecinos de siempre que andando van y con mi color amarillo canario que siempre les gustaba montar, pero ¿y los chamacos?, entiendo que todo haya cambiado, pero no entiendo el por qué ya no salen a jugar, ¿en dónde están?.

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