Todas las tardes en la parada del tranvía, en la Plazuela de San Miguel, la veía pasar con su bicicleta y un niño o una niña siempre detrás. Unas veces se paraba para que pasara el tranvía y otros le daba tiempo. Yo compraba mis primeros cigarros en el quiosco de la plaza, o si hacía frio castañas. Ella seguía para el muro, yo por el carril del tranvía me alejaba.

Por fin unas navidades le sorprendieron con una bicicleta para ella que ya no tenía que compartir; era una “BH” de color verde con un trasportín detrás para llevar a sus hermanos pequeños y un cestillo delante para la bolsa de la merienda; era solida, reluciente con un gran manillar. Fue una sorpresa tremenda no se podía creer lo que estaba viendo, la bicicleta que tanto soñó y cuantos momentos buenos le hizo pasar.

Me conto que le gustaba ir por el muro y pedalear fuerte para vencer el viento y subir a la Providencia, ¡que cuesta tan empinada! Que placer sentía bajándola a toda velocidad.

Sus hermanos pequeños iban detrás, en el trasportín, y algún percance todavía hoy recuerdan, pero les gustaba montar.

Ella la cuidaba, era suya, le daba una gran libertad conducirla y salir a pasear. Eran otros tiempos no había tráfico porque era una ciudad pequeña.

Pero llegó el traslado a Madrid y ya nada fue igual. La bicicleta viajó con el resto del equipaje a la Capital y su bicicleta que tantos buenos momentos le hizo pasar, se quedó arrinconada en el trastero.

Ahora, me dice que cuando ve el carril bici siente nostalgia y se acuerda de ella. ¿Dónde habrá ido a parar? Como aquella no hay otra, ahora se pliegan, son ligeras pero como la suya…

Otra etapa de su vida empezó y ella piensa que es el mejor medio de locomoción y recuerda aquellos paseos con el aire y el fuerte viento en la cara que aquí no hay; ya no es igual, pero ese recuerdo nunca lo olvidará y aprendió, con su bicicleta, que en la vida hay que pedalear.

Y como a cámara lenta recuerdo, cuando vuelvo, lo que hace muchos años, en esa Plazuela, día a día yo viví.

Ahora ya no hay tranvía, ni el quiosco de periódicos, ni la castañera, ya no fumo, pero si siguen los bancos, los árboles y cogida a mi brazo atravesamos la plaza de San Miguel de Gijón. Tiramos hacía el muro. El viento fuerte nos da en la cara, se agarra a

mí para vencerlo y juntos caminamos, caminamos…y la Plaza de San Miguel queda atrás.

Plaza de San Miguel

Gijón (Asturias)

Dedicado: a Mis hermanos pequeños Ágata y Arístides

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