Bellas Artes – Mi Refugio

Bellas Artes – Mi Refugio

No es difícil ignorar el transitar de aquellos que se empeñan en mantener una vida taciturna ante todos los demás. El recorrido entre las personas que adornan la calle con sus elocuencias y oficios, hacen que el silencio que invade cada mente se disipe tan siquiera un poco. Los conductores de autobuses en plena discusión con los pasajeros, y así mismo un policía que intenta intimidar a un vendedor de frutas. Todos los demás se empeñan en estar ausentes de lo que para unos pocos es la realidad.

-¡Disculpe señor!

Mi exclamación tomó por sorpresa a un anciano que se encontraba caminando hacia mi, quien mirando sin reparo su teléfono me tropezó de forma rotunda. Su mirada llena de rabia dictaba la sentencia de mis castigo, y pronto lo exclamo a viva voz mientras algunos ignoraban el hecho y otros miraban de reojo.

-¡Ten cuidado muchacho del carajo!

Nadie se preocupó por el desenlace de la escena que me había aquejado. Resolví continuar con mi andanza y me preparé para no quedar envuelto en un evento similar. Miré con tristeza como una mujer tironeaba el brazo de su pequeña hija mientras le profería gritos e insultos. La niña no hacía más que llorar y cubrir sus ojos con el otro brazo. Ni siquiera el policía reparó en intervenir para detener tal abuso. Nada que hacer más que seguir con mi camino y mantener la rabia muy bien guardada en mi pecho.

Si cruzas la calle, asegúrate de estar atento a los cambios del semáforo. En la Avenida Sur 21 raramente el semáforo funcionaba. Las luces verde y roja parpadeaban simultáneamente de forma intermitente. Tuve un mal presentimiento. Mi corazón casi se detiene, cuando un motorizado impactó a un taxi por detrás y calló al suelo de inmediato golpeándose fuertemente la cabeza. Una muchacha gritó fuertemente.

-¡Está muerto!

Me detuve a observar el acontecimiento, y en el suelo prontamente la sangre de la persona que conducía la moto comenzó a formar una gran silueta. El conductor del taxi bajó y sus manos no se despegaron ni por un segundo de su cabeza. Estaba pálido y por sus expresiones, diría que muy asustado. Muchas personas se agruparon alrededor de aquellos.

-Fue tú culpa pana. Frenaste de golpe…

-Se me atravesó la camioneta, yo no hice nada a propósito.

Las quejas, excusas, explicaciones y demás hacían eco por todo el lugar. Me debatí por continuar con mi camino o esperar para saber que ocurriría luego. No pude decidir nada en absoluto cuando entre insultos y maldiciones las personas comenzaron a correr.

-¡Tiene una pistola! -gritó alguien entre la multitud.

Ya era una mala señal todo aquello. Seguí con mi ruta y dejé atrás todo aquello. Muchas personas estaban quietas a la espera del desenlace de tan trágica escena. Decidí seguir con el resto que ignora al mundo a su alrededor.

Mi querida Bellas Artes, el lugar donde por suerte o desgracia, aprendía del día a día de todos aquellos que como yo se esforzaban por darle sentido a sus vidas. Desde el que conduce un transporte, hasta el que vende libros usados. Todos juntos formando un collage de formas de vida.

Faltaba poco para entrar en la zona que para mi era segura. La UNEARTE nunca me había parecido más hermosa. En su entrada la diversidad de formas de expresión artística me llenaban de sueños, y por uno o dos segundos lograba escapar de aquella decadencia en la que se hundía mi ciudad. Luego el sonido trajo consigo lo inevitable. El sonido de un disparo que me devolvía a la triste escena que pensé no me perseguiría nunca más. Caminé hasta un banco de concreto y me senté por un momento. Intenté meditar sobre aquello, pero en mi mente solo se encontraba estampada la posible consecuencia de aquel sonido aterrador. A mi alrededor todos miraban con expectación en dirección al lugar de donde yo había venido. Me levanté y mi estomago se volvió. Todo el desayuno estaba en el suelo frente a mis pies.

Continué hasta mi destino y pronto estuve frente a mi refugio. Con tristeza me fijé en la fachada de aquel edificio viejo y descuidado. Dentro tal vez me sentiría más seguro, o quizás la compañía de aquellos que simpatizaban conmigo me devolvería un poco de lo que aquella calle me había arrebatado.

-¿Qué paso chamo? Estás como muy pálido.

-Si es por el disparo que sonó, me dio miedo y vine rápido -respondí vagamente a mi compañero.

Entramos en el edificio sin contratiempos. Allí el silencio nuevamente se hacía presente. En el fondo del museo me esperaban otros queridos compañeros, y en aquel momento me sentí feliz de haber llegado a mi destino.

Como desearía que aquella calle se adornase de alegría. Que aquellas personas se disparasen afecto en lugar de rabia, y en contraposición que la ayuda fuese primaria en lugar de culpar por errores vacíos.

Como desearía volver a transitar por mi hermosa Bellas Artes, como cuando sin preocupación podía maravillarme con las espontaneidades de aquella triste gente que ahora adorna mi ciudad.

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