I

Un día, estando en la estación de ferris de Hull, en Inglaterra, tenía unas poquitas monedas y pasé por una máquina de bebidas a comprarme un té caliente, el clima estaba helado y la espera para tomar el barco era larga. Pasó un señor, una persona sin hogar, con evidentes señas de que tenía más frío que yo y me pidió el té que acaba de sacar de la máquina, vi tal carga de dolor y pena en su mirada, que lamenté no tener dinero o comida para darle algo más que el té.

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II

No soy muy proclive a recibir piropos porque una tarde, caminando por Caracas en sandalias, me topé con un señor, que por su indumentaria era mecánico de carros y al pasarme por al lado me dijo (con voz de lujuria): «shhhh mamiii» y fue tal mi cara de asco y hasta desprecio, que el bien ponderado señor me escupió y esa asquerosa y pegajosa sustancia me cayó en el pie.

III

Estaba recorriendo Barcelona, entré en Santa María de la Mar y había tanta gente que con la misma decidí salirme de la basílica, caminando poco a poco hacia la puerta siento una mano en el bolsillo de mi chaqueta y no es mía. Volteo entre el miedo y la curiosidad y era una señora ofreciéndome una «ramita de romero». Saqué su mano de mi bolsillo, le dije que ahí no tenía nada que buscar y apreté el paso para salir rápido, la escuché decir unos cuantos improperios, porque en su lógica yo me tenía que dejar robar.

IV

Otro día en La Popa, en Cartagena, en plena procesión de la Virgen de La Candelaria tuve un encuentro de palabras con una señora que le estaba enseñando a su hijo a mear en la calle porque «el baño estaba muy lejos», no tenía intención de imprimirle carácter moral a mi protesta, más que evitar que oliera mal en el lugar, pero su absurda respuesta me fastidió tanto que le dije que estaba criando y creando a un monstruo, espero haber estado equivocada.

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V

Andaba por los predios de la Comunidad Valenciana, comprando unos recuerdos para llevar de vuelta casa, estaba muy resfriada y casi no podía hablar, en un improvisado lenguaje de señas y una media voz el señor de la tienda y yo nos entendimos perfectamente, al pagar buscó en las gavetas del mostrador hasta que consiguió unos caramelos y me dijo: «tómalos tres veces al día después de cada comida, eso te va a aliviar el malestar en la garganta». Le pregunté cuanto costaban, me dice que van por la casa, estaba muy conmovida y se me aguaron los ojos, me contestó que eso era suficiente pago.

VI

Una mañana de diciembre, siendo yo una persona poco navideña, voy con sueño en un metrobus en Ciudad de Panamá que tardó más de veinte minutos en partir de una de sus paradas y cuando me levanté a preguntar que nos detenía tanto rato en ese lugar el conductor me contesta: «si no le gusta la espera, vaya en taxi». Me pareció que él era menos navideño que yo y cuando voy de regreso a mi asiento, con evidente mal humor me replica: «además, ¿y si salimos antes y el autobús explota?», me volteé molesta y le dije: «si explota, nos morimos los dos».

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VII

En el estadio de béisbol de Caracas, en el medio de la emoción del juego, vi a un chico comprar unos tequeños (deditos de queso) al vendedor de las gradas, invitó al señor a sentarse a su lado y se degustaron entre los dos los deliciosos aperitivos. El chico tenía un pase abonado e iba a todos los partidos que podía, el señor era vendedor habitual de ese lado de las gradas y ahí se hicieron amigos, críticos deportivos y comedores de tequeños.

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Las calles, en efecto, son más que un cúmulo de carros, smog, ruido y gente caminando a diferentes lugares a la vez. Son el escenario de millones de experiencias diversas, se puede encontrar la fortuna, la desgracia, el amor, la bondad o la maldad en el mismo porcentaje. Compartir espacio en un bus, en el metro, en un taxi, en un ascensor, en un restauran con diferentes personas, nos brinda la oportunidad de ser buenos, malos, antipáticos, amables o neutrales con los demás y vamos escribiendo nuestra propia historia. En lo particular, adicional a compartir mi comida con gente que tiene menos que yo, llenarme de paciencia con la gente que camina muy lento, sonreír porque es más sencillo hacer fluir las cosas con una sonrisa, evitar la política y la «politización» de mi pensamiento, prometí aceptar los piropos con amabilidad así no me gusten, es mucho más higiénico.

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