Una mirada de melancolía duerme en el asfalto de la mentira, oculta entre viejas mantas impregnadas de un pasado no tan lejano, que intentan dar calor a la piel de un alma roída por la incertidumbre.

Los pasos de la indiferencia, calzados con tacón alto, van marcando el ritmo del silencio, que se esconde en los bolsillos de la hipocresía, mientras los cartones que hacen de colchón,se rompen con el peso de la tristeza, pero..nadie quiere escuchar la voz de la otra realidad.Sólo es un vagabundo más, perdido en la causalidad de los acontecimientos a los que no se acostumbró jamás.

Al otro lado de la calle, las viejas farolas, lloran una tenue luz, que se deja caer sobre la silueta de un beso dibujado en un bonito sueño que pretenden hacer eterno y esconderlo bajo el velo de la luna, aquella pareja que anda descalza por las aceras de la ilusión, surcando las orillas del amor en cada esquina, mientras que los ojos de la noche, una vez más, son testigos de la complicidad de un sentimiento y de la sonrisa nerviosa que nace en el brillo de unas pupílas enamoradas mientras pasean cogidos de la mano.

Los operarios de limpieza, vuelven a vérselas con la madrugada, para que los adoquines luzcan su mejor cara,después de haber sufrido el avatar de tantos pasos perdidos hacia ninguna parte,de tantas prisas para perder el tiempo,de tantos pensamientos cabizbajos,hundidos en las grietas del recuerdo, que se mezclan entre el murmullo de los ausentes, que pasan por tu lado, como fantasmas vestidos de alquitrán que pululan a la sombra del reloj de la impaciencia, que nunca se para y que clava sus manecillas en las corbatas de mercadillo de los que se disfrazan con trajes que no son de su medida.

la barra del bar de los incomprendidos, se llena de gargantas

secas de atención por ser escuchadas,mojadas con el licor de la falsedad, entre ronda y ronda de amigos de bar, que nunca faltan, donde el valor de una sonrisa y un buen momento, abre las carteras de la timidez, para pagar la próxima, con las monedas de la felicidad efímera que se derrite como el hielo en los vasos de las palabras vacías que intentan darse a conocer alzando la voz o llamando al camarero, que está a punto de acabar su turno, porque sabe, que mañana será igual que hoy.

A la altura del número tres, un banco vacío, espera, con las maderas desgastadas, que alguien repose un momento de su vida, sobre el, que tantas veces actúa de psicólogo vecinal y que tantos secretos guarda entre el oxido de sus tornillos,siempre discretos y atentos a los testimonios anónimos que tantas veces, han acabado en la transparencia sincera de una lágrima y tantas otras, en el frío de una despedida que acaba en el fondo del carro de la compra o en la eterna farsa de la promesa de volver a vernos cualquier día de estos, si te parece bien.

En el jardín, han decidido plantar exóticas y ornamentales,pero el cesped, está marcado por las huellas de la rebeldía sin causa o de tantas discusiones que salen por debajo de la puerta y se caen por las escaleras tropezando con los pies de los murmullos que se esconden tras la mirilla indiscreta siempre acechante de todos aquellos que necesitan aderezar su triste existencia con cualquier capítulo de realidades ajenas, mientras nadie riega las plantas que tanto nos alegrarían, en este desierto de la soledad,donde nadie se digna a regalar un saludo cuando se cruza con una mirada en el portal.

En la esquina del 45, la reina de las meretrízes, sigue ejerciendo su vieja profesión, ajena a las marcas de los años, teñidos de carmín y colorete en las mejillas, mientras que sus falsas pestañas, esconde los secretos de los que nunca hablan los más serios infieles, que miran de lado al pasar,dejando tras de sí, el hedor del miedo que se refugia en el abrazo de sus amadas esposas, extrañadas de la actitud temblorosa que emerge del traje de los domingos cuando pasean del brazo de su recto marido, que jamás caería en semejante tentación. No faltaba más.

Unos pasos más abajo, la parada del autobús ejerce de juez de guardia, cuando escucha una y otra vez, historias llenas de humildad, donde la preocupaciones, dan nombre a cada parada, mientras las prisas, se asoman para ver si llega el ansiado convoy, que se pierda en los destinos de la ansiedad por llegar al final de mes, donde las miserias, se pagan en nóminas disfrazadas de cinismo y en los asientos, duermen los anhelos por un futuro mejor, que baila con los frenazos del maldito trafico y la eterna impaciencia de ese semáforo que siempre nos mira con el mismo color.

el viejo puesto de castañas,danza al son del eterno fuego de la nostalgia, mientras las chispas intentar huir de aquella rejilla oxidada,pero acaban mezclándose con el marrón oscuro que da sabor a esas noches frías,envueltas en papel de periódico, siempre cuidadosamente preparado con esmero por aquellas manos arrugadas de la señora de la eterna sonrisa,que se sienta al lado de su vida,tratando de vender la cosecha de aquellas mañanas donde la espalda acarrea con los recuerdos de una juventud lejana,que atraviesa una

lágrima escondía

en el mandil, esperando el brillo de unas monedas para poder comer algo esta noche.

Así es la calle, así es mi calle, donde todos nos conocemos, pero nadie se quiere conocer,donde los saludos, son frases entrecortadas y las miradas, se estrellan en los escaparates vacíos de realidad,pero donde el precio no importa,porque el cinismo, es incalculable y la humildad, no cotiza en bolsa,pero no pasa nada,porque los obreros, están remodelando los ladrillos del muro de las mentiras y en el buzón, ya nadie echa cartas de ilusión,porque el sobre que se cerraba con la magia de los sueños, ahora se llama hotmail, o algo así

Estos son los ojos de la calle

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