La calle donde vivo ni siquiera parece una calle al uso sino más bien un camino lleno de baches y polvo. De cunetas llenas de matojos y arbustos sucios cubiertos por una capa blanquecina y perenne de un polvo en continuo movimiento coche tras coche, hasta que llega el invierno. No suele llover mucho aquí en el sur pero cuando lo hace es con fuerza, tanta que crea un paisaje nuevo y la polvorienta calle se transforma en barro pegajoso salpicado de grandes charcos como bañeras de color marrón sucio sin ton ni son.
Paso a diario por mi calle al igual que esos galgos callejeros perdidos y delgados, llenos de huesos y vacíos de cariño portan una mirada baja de ojos tristes para un futuro incierto. Veo cada día hombres y mujeres desmantelados por el paso de la vida, caminan despacio sin apuro mientras con maneras caninas rastrean las cunetas en busca de algo con lo que completar la cena. Los hay que se dedican a la chatarra, solo hay que acarrear la pesada carga al lugar adecuado para llevarse algo al bolsillo. Hay muchas formas de ganarse la vida en la calle donde vivo. Algunas chicas jóvenes y no tan jóvenes buscan refugio en las cunetas, nocturnidad y ventanillas empañadas por los vapores de la necesidad. La vida no es fácil aquí en el sur pero las cunetas son amplias y descuidadas.
Han pasado más de 20 años y no quedan charcos ni polvo, un alquitrán negro como el fondo de un pozo recubre los baches de mi juventud, los vaivenes de la infancia entre la clase y el hogar. Desde la lejanía del exilio los recuerdos se endulzan en un almíbar de un cálido color sepia que trae a mi memoria lugares y experiencia únicas. Cada vez que vuelvo a casa recorro mi calle en silencio justo antes del atardecer, miro con detalle cada palmo, cada rincón intentando desgranar esos minúsculos recuerdos que pasan desapercibidos a la memoria. Mi andar pausado bajo un todavía inexistente alumbrado deja vía libre a una incipiente Luna en el horizonte y al cobijo de la prematura noche un coche en la cuneta de ventanillas empañadas por la necesidad y los pocos escrúpulos. Las cosas cambian despacio aquí en el sur.
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