Adiós a la calle de la felicidad

Adiós a la calle de la felicidad

ADIÓS A LA CALLE DE LA FELICIDAD

La vida real fluye y no se detiene, es así como transcurren los días en las calles, donde cada historia es la mezcla de muchas historias, no hay principio ni fin. La calle de la felicidad es el lugar en el que ocurren cosas mágicas, hay sonrisas, bromas y juegos. Esta calle puede ser cualquier calle, pero para mí fue aquel lugar en el que viví los once mejores años de mi vida. No sólo la calle hace parte de la felicidad también son importantes la casa, los amigos y las historias creadas, que se convierten en bellos recuerdos.

En la calle de la felicidad la lluvia no era impedimento para salir a jugar, ni nuestros padres entre gritos podían reprimir que el juego de escondite o tin tin corre corre nos causara tanta adrenalina. Las noches eran cortas para los juegos y travesuras que Pato, Pollito, Pipe, Chave, Vivi, Lady, Tatan, El vic, Andrés, La ratona, Kate y yo nos inventábamos cada rato para divertirnos.

La casa de Pato (Diego, Le pusimos así porque era el novio de Pollito) era el muro de las maromas, ahí nos parábamos de manos, hacíamos saltos y carambolas que ahora me sorprenden, al pensar que pude siquiera intentarlo. Ese muro además, fue papiro y pergamino de juegos como stop o dibujos de pruebas, juegos que nos inventábamos.

En la calle de la felicidad había algunas casas en construcción que fueron el escondite perfecto. Como nos divertía asustar a Chave y la Ratona, siempre se escondían juntas, doble punto para el que las encontrara. Entre risas y gritos El vic, lideraba cada juego y yo era la segunda al mando liderando a las mujeres. Ambos discutíamos como líderes de nuestros grupos de juego y eso también era divertido, me sentía una defensora, toda una abogada.

En agosto cuando soplaban los vientos más fuertes y era un locura elevar cometas nosotros hacíamos el minie campeonato de bicicross, por los chicos competían Andrés, El Vic y Tatan por las chicas, Lady, Chave y yo éramos quienes le montábamos riña a los hombres, pero como era de esperarse ellos ganaban, tenían más destreza y se arriesgaban más. La cuadra que en ese tiempo no estaba pavimentada se prestaba para armar los circuitos de pequeños obstáculos. Chave era las más rápida de las tres en su bicicleta sin embargo, nunca pudo ganarle a Andrés. Mi padre se ponía como un energúmeno cuando se enteraba que yo participaba de esos juegos tan bruscos, no quería que me lastimara. Pero cualquier cicatriz que me ha quedado de aquellas épocas ahora son gratos recuerdos que me recordaran las aventuras vividas en la calle de la felicidad.

Disfraces… En octubre, las máscaras de Drácula y Frankenstein eran grandes clásicos entre los chicos, nosotras éramos más rebeldes y nos disfrazábamos de Gloria Trevi, podías ver una amplia gama de los personajes de sus películas. El parche no era pedir dulces, no que va. La verdadera diversión era reunirnos en la casa de Chave para bailar, si una chiquiteca de disfraces. Cada año superaba la anterior, y conocíamos nuevas amistades de las calles cercanas.

Lo más divertido de la calle de la felicidad era cuando llegaba diciembre. En ese mes todos los días eran festivos para nosotros, juagábamos de día y de noche. Pintar la cuadra para decorarla se convertía en una de las mejores atracciones en la calle, los vecinos prendían sus equipos, las mamás hacían un fogón de leña para preparar el sancocho. Y nosotros, a pintar, pintar, pintar. Verde pino, rojo escarlata y blanco armiño colores que expresan la alegría de la navidad se veían sobre los andenes de la calle. Y no podían faltar los escudos de los equipos del momento porque para esas fechas siempre se jugaba la última copa del año y como era de esperarse había clásico en el pascual.

Luego llegaban las novenas de aguinaldos, era toda una aventura hacer la ruta para asistir a las diferentes casas donde las ofrecían. Había que estar a tiempo. Empezábamos desde las cinco de la tarde el recorrido, en casa de Víctor, donde doña Gabriela, doña Esperanza, en casa de Pollito y finalmente en la fábrica de Doña Herlinda. ¡Vaya! sí que era una locura. Pero valía la pena cada minuto el repetir los canticos y novenarios porque eso nos hacía feliz, éramos el parche de la calle de la felicidad, que con nuestra gracia y alegría hacíamos que todo fuera una aventura de diversión sin igual.

Fue difícil para mí tener que mudarme días después de celebrar mi cumpleaños número doce, dejar atrás, amigos, juegos, eventos y mi niñez porque en esa calle, di mi primer beso, tuve las mejores fiestas de mi vida, conocí a las personas más increíbles, quienes fueron mis compinches. Desborde mi creatividad, construí sueños pero sobre todo, aprendí lo que verdaderamente es la felicidad, esa que se construye de momentos, personas y una calle. Ese escenario que brinda la oportunidad de crear vínculos que quedaran para siempre en mi mente y en mi corazón,

Hoy le digo adiós a la calle de la felicidad y no porque ya no lo sea sino porque ahora le corresponde a otros chicos ser felices.

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