Recuerdo con nostalgia ésas tardes de primavera , a la salida del colegio, en las que arrodilladas en el suelo sosteníamos en una mano el bocata y en la otra nuestra herramienta artística más preciada…

Las calles de nuestro barrio eran un lienzo color ceniza. Pero como por arte de magia, a partir de las cinco de la tarde se llenaban de pequeños artistas formando corros.

Cajas llenas de tizas de colores por todas partes, pequeñas manos y dedos juguetones y una imaginación que trabajaba sin parar.

Ése lienzo color ceniza pronto se convertía en un jardín lleno de margaritas de colores, en un cielo por el que volaban alegres mariposas, en una cueva donde se escondía un monstruo sonriente …

Y cuando la imaginación se tomaba un respiro y las tizas de colores empezaban a desaparecer entre dedos revoltosos, era momento de transformar nuestra calle en un patio de juegos divertido.

Eran épocas en las que no acostumbrábamos a usar reloj de pulsera así que nuestra reunión improvisada de pequeños artistas y nuestros juegos sólo terminaban cuando escuchábamos la frase : ¡Chicas a casa que está oscureciendo!

Ahora miro por la ventana y veo lienzos de color ceniza interminables. Raro es el rincón en el que encuentro un corrillo de niños arrodillados con sus dedos llenos de polvillo de colores. Pero volviendo a mi niñez, en mi casa sigue existiendo ésa mágica herramienta. Mis pequeños artistas se divierten con las tizas de colores, pintando, adornando, creando … La rayuela, dibujada en el patio de la ikastola hace que las mañanas sean más divertidas. La espera para que abran las puertas de la clase es más amena si saltamos a la pata coja mientras recorremos los números. Y ahí entre números y saltos tenemos nuestra primera reunión con los compañeros de clase, nos organizamos, guardamos nuestro turno y nos reímos con el primer tropiezo en un intento de salto perfecto.

Recuerdo con nostalgia ésas tizas de colores que conseguían unirnos tantos. Allí, mientras dábamos pequeños bocados al bocata de chorizo, de jamón york o de chocolate, éramos felices. En ése corro no importaba la edad, ni los deberes, ni la nota del examen sorpresa, ni el puesto de trabajo de nuestros padres, ni el roto del pantalón de chándal nuevo. Allí sólo importaban las risas, el aprendizaje diario mientras mirabas el dibujo del niño que estaba a tu lado, allí todos éramos iguales, todos jugábamos sin importarnos qué hora era.

Simplemente éramos pequeños artistas de tizas de colores.

Quisiera pediros un favor:

¿Habéis hecho la prueba de mirar por la ventana? ¿Vosotros también veis grandes lienzos color ceniza? Acercaros por un momento y si veis un lienzo ceniza, cerrad los ojos e imaginad la historia de mi calle. Allí estamos todas, con coletas despeinadas, rodeadas de migas de pan y tizas. Si gritáis mi nombre seguro giraré mi cabeza y saludaré con la mano en un gesto de inmensa felicidad.

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