DONDE LOS PIES NOS LLEVEN

DONDE LOS PIES NOS LLEVEN

Carmen Carnicero

09/03/2018

Los reposa-pies de mi silla forman parte de ella tanto que sin ellos me quedaría “coja”, que digo coja, mutilada, son (como para todos), mi punto de apoyo. Para poder desplazarme- moverme, aunque tenga las posaderas bien posadas sobre el asiento, si no tengo los pies apoyados, cualquier movimiento que haga podría ocasionar una caída.

Para empezar, esa noche tocaba Juan Requ y con él, nuestro amigo Antonio, así que nos pusimos nuestras mejores galas –chupas de cuero, botas, pañuelo al cuello y demás atuendo rockero, y nos fuimos “pal” concierto. Cuando acabó nos fuimos al bar más cercano, en busca de las cañas correspondientes, con el grupillo de amigos que inevitablemente siempre te encuentras:

-Caña va, caña viene. Ji ji, jaja, ¡por los padres! (Iba ser el día de S. José). Bueno adiós, adiós…

Trae el coche, lo pone al lado de los contenedores, y mientras me va montando, le muestra a su amigo las ventajas de los raíles que nos hemos mercado para subir la silla al maletero.

-¿ves? Sube la silla, cierra el maletero, suben uno delante y el otro detrás, se oyen sendos portazos… y, ¡vamos!

A por nuestra merecida copa ¿dónde? Pues al bar de moda donde seguramente irán todos, para variar.

Y efectivamente llegamos al bar, tras unas cuantas vueltas en busca de aparcamiento. Y, cuando abre el maletero para sacar la silla:

-¡Nos habíamos olvidado los pies! Inmediatamente me vino la imagen de los reposapiés, apoyados en el contenedor.

Volvimos a por ellos, y al no encontrarlos, nos fuimos de allí sin saber muy bien a dónde. Íbamos despistadamente por el centro y, de repente, un montón de policías, (por lo visto esperaban que pasara alguien).

-¡Mira! Policía, vamos a preguntar, que para eso están. Dije ante la reticencia de mis compañeros.

Los policías, con esa fría actitud de: ¡en guardia! rápidamente, se acercaron al coche…

Había algo dentro de mí que me obligaba a no darme por vencida, hubiera sido casi lo lógico pues tal y como había ocurrido todo, había pasado ya más de una hora… estábamos “construyendo castillos en el aire». Pero inexplicablemente sentía la necesidad de ver hacia dónde me llevaban los pies…

Así que, ante un grupillo formado por una media docena de policías municipales, nuestro viejo mercedes ranchera 300 TDI, gris metalizado y con desconchones, ocupado por un joven matrimonio y un músico, (con una silla de ruedas, visible en el maletero) se plantó allí en medio.

Al comprobar que no se trataba de nada relevante, poco a poco se iban separando para volver a sus posiciones anteriores y a su conversación interrumpida. Por lo que, según Jose iba relatando los sucesos, acabaron dejándonos en las únicas manos de, LA AGENTE ALEJANDRA:

-¿Qué me dices? ¡Que se ha llevado el camión de la basura, los pies del carrillo! ¡Uyy!

Rápidamente, cogió ella su fono y llamó por él:

-¿INAGRA?*. En aquel momento me vino una sensación de calma… por fin ya íbamos por terreno seguro.

Mantuvo una distendida conversación en la que se refirió a nosotros como “ciudadanos muchachos”, ya que no se nos podía clasificar simplemente como ciudadanos, ni tampoco podía denominársenos muchachos a secas, así que ella, nuestra heroína se sacó un nuevo adjetivo de la manga que además nos encantó h

Aunque, era el más adecuado ¿no?

-¡Rápido, dad la vuelta aquí mismo!

Nos íbamos al vertedero Municipal. Tras la charla con el encargado, el jefe, …el que mandaba, (que a mí me pareció “El Señor”) en la que salieron a relucir nombres de amigos-conocidos comunes y las correspondientes peticiones recordatorias de ambos. Acabando ésta con instrucciones claras y concisas según las cuales,” Él” se encargaba de dar las órdenes pertinentes para nuestra recepción.

Decididamente, ella se había puesto al mando y nosotros, cual dóciles colegiales asumíamos sus enérgicas indicaciones, confiados en su buen hacer pues ella estaba de nuestro lado, quería como nosotros poner lo que hiciera falta de su parte para que los recuperásemos.

– ¿lleváis móvil? Preguntó. Entonces no era tan habitual el uso de éste, pero, en esta ocasión y debido al carácter itinerante de la profesión de nuestro amigo, tuvimos la fortuna de disponer de dicho instrumento.

-¡mantenedme informada! Suplicó, ¡con ese cariz imperativo, hubiese sido imposible no hacerlo!

Así que, dimos la vuelta en mitad de la plaza (eso está prohibidísimo), con la seguridad del permiso otorgado por la superioridad de nuestra agente.

Al encontrarnos con la única luz de la luna por una solitaria carretera comarcal donde no había ni un alma, volvimos a llamar a la agente Alejandra, quien antes de oírnos dijo: ¡a la Malá! Lo habían cambiado de lugar, a un pueblo del otro lado de donde estábamos…En la oscuridad de la noche, tras algunas vueltas por éste, llegamos por fin al vertedero.

Entramos en un escenario lunar iluminado por grandes focos. Al fondo, se veía algo parecido a una piscina inmensa, donde los camiones descargaban la basura. Esta iba bajando por un agujero que tenía en el fondo y salía a unas cintas transportadoras -concretamente, dos. Al final de ellas, en otra sala a la que se accedía bajando unas escaleras metálicas, había dos hombres metidos en sendas escafandras, ocupados en ir seleccionando tranquilamente, la basura que salía de ellas.

Atravesando la cortina de humo provocada por el hedor de la inmundicia, los muchachos se acercaron a ellos. En el preciso momento en que Jose preguntaba a una atónita escafandra, algo sobre unos hierros, de unos pies, de una silla…apareció uno, avanzando hacia él sobre la cinta.

-¡Míralo! Grito Jose

-¡Mira el otro! Gritó seguidamente su amigo, al otro lado.

Acabamos la noche a las 6 de la mañana en el bar, al que originariamente íbamos. Allí entusiasmados relatamos nuestra aventura de seguir la intuición generada por mis pies…

*Empresa encargada del Servicio Integral de Saneamiento de la ciudad de Granada.

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