Los faroles inestables que se vuelven periódicos al paso de los vericuetos, forman diámetros que son aureolas de un fragmento de la irreal divinidad del anochecer pantanoso.

Es mi momento. La noche. Sitio en que los bebedores con desgarres en el miocardio lloran sus penas a Selene y a las tiritantes prenovas cual lobo solitario en la misma colina que ocupaba tanto los sueños de Sísifo. El momento en que los poetas taciturnos derraman su tinta en versos porque su lenguaje lo dictamina, dominado por la inspiración. El sitio donde el placer que acompaña a la fusión corpórea, es guiado por la batuta de la melódica fluidez.

La filarmónica de grillos es egoísta si de su arte se trata. Prefieren auto deleitarse en conjunto con su melodía monótona y detenerse en el momento exacto de mi cercanía, como si estuviesen hablando mal de mí y fuesen controlados repentinamente por la aniquiladora caricia del silencio.

Las sombras son las únicas figuras que comparten los boulevares conmigo cuando la estrella nodriza desaparece de mi percepción limitada. Me agrada la noche. La noche es una historia en particular. Herodoto podría guiñarme el ojo por tal acierto. La historia nocturna está en el vasto límite de los arrabales, en la céntrica modernidad arquitectónica capitalina, la historia está en los sueños manifiestos post-ocaso. La historia de la panorámica exterior de la noche está siguiendo un curso elíptico.

Los recorridos nocturnos son mis preferidos, sobre todo por ser precisamente como la mayoría de seres niegan que son ¿Qué clase de ser en su sano juicio no amaría ser testigo, desde las avenidas plagadas por la luminosidad edisoniana, del rastro de los astros que corren hacia el fulgor colorido de los glóbulos rojos? Lamentablemente las personas en la actualidad pierden su sensibilidad, como seres de polvo desvaneciéndose con el ligero soplo que se le otorga a un diente de León. Desaparecen completamente.

La noche es arte puro en cualquiera de sus expresiones y la ironía de las acciones impulsadas por el pensamiento colectivo de prevención ante los peligros de exponerse a las horas nocturnas, los obliga a todos a encerrarse con las persianas cerradas, con la entrada principal y los puntos de acceso asegurados militarmente, con las esferas edisonianas ausentes de brillo y con la calma olvidada a causa del sentimiento alertante que adquirieron como efecto secundario de su actitud preventiva. Cómo si privarlos del placer visual no fuera suficiente, son sometidos a un cautiverio voluntario por períodos. No existe mayor peligro que pensar lo que otros te digan que pienses, excepto pensar que las calles lívidas a horas altas son peligrosas. La imaginación en manos equivocadas puede ser realmente fatal. Salir y comprobarlo con el lienzo de la lona estelar es volverte de la imaginación.

Recorro y observo silenciosamente la totalidad que es paralela a mi aura. El hilo sonoro existente durante la ausencia de las voces, es un violín en manos de Paganini, que llora y me vuelve nostálgico, durante el aproximado diez por ciento del brillo solar que queda durante ésta posición del reloj.

Estoy en el sitio más solitario de la noche. Llegué hasta aquí por uno de los senderos que me ofrecía la división del camino. Por lo visto, nadie más ha estado aquí hoy. Los susurros eólicos comprueban la ausencia de seres antropomórficos. La escena actual con la luna fantasmal son testigos de la metamorfosis que me transforma en un perro salvaje de ojos lagrimales cuyo llanto hace sangrar a los astros.

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