Entre mi balcón y aquel viejo bar.

Entre mi balcón y aquel viejo bar.

<<Por favor respetar el descanso de los vecinos>> Frase que pareciera rezar: hagan cuanto ruido puedan, es la que adorna la fachada del único bar de la calle donde aún se ven caras conocidas. ¿Quiénes serán los vecinos a quienes este cartel me exige he de respetarles el silencio? Solía preguntarme hace años cuando era yo quien junto a mis amigos copaba la calle de fiesta, convencido de que todos los residentes estaban igual de contentos que yo por estar ahí. Sin saber que, tiempo después, lo entendería en esas madrugadas al pedir desde mi balcón a la nueva generación que baje la voz porque necesito dormir un rato más, culpando de mi insomnio a las voces del exterior mientras sigo ignorando las que me atormentan internamente. Las calles y la vida tienen más en común de lo que percibimos. Cada cierto tiempo locales cierran e inauguran otros, se cambian fachadas y se reconstruye el pavimento con los materiales más avanzados. De igual forma, en nuestra vida, sale y entra gente constantemente, hacemos cambios en nuestro aspecto y al crecer, naturalmente buscamos rodearnos de lo novedoso. Sin embargo, la mayor particularidad que nos une son las historias y los sueños compartidos, esos sí que viven para siempre. Pensarán que las voces de mi interior buscaban acallar urgentemente el pago de cuentas pendientes, la creación de una familia, la consecución de un trabajo fijo quizás pensando en la estabilidad, pero no es así. El vibrar de la calle donde crecí, con todas sus renovaciones culturales y arquitectónicas me recuerda a diario la pasión con la que viví cada experiencia en ella. La misma pasión que reclama la voz interior que sigue creyendo en los sueños que tuve, esos que entre la cotidianidad y mi inexplicable deseo de encajar en la sociedad logré apartar.

Cuando un niño se come un caramelo, lo hace sintiendo que es todo lo que quiere, necesita y está bien en el mundo en ese momento, no importa cuánto dure o qué tanto esfuerzo requiera, puede que un minuto después esté corriendo tras una pelota con un grupo de amigos, sintiendo exactamente lo mismo que antes, esa es la diferencia principal entre un niño y un adulto, y es ese, también, el motivo real de las voces en mi interior, que me piden incesantemente que no pierda mi esencia. Así como la calle donde crecí se transformó yo también sufrí cambios, y así como ese bar suele reunir a las pocas caras conocidas que aún quedan en el barrio, mi esencia se mantiene intacta escondida en un pequeño rincón dentro del adulto en el que me convertí. Por las noches cuando el ruido externo me lo permite y el interno me lo suplica, me siento en el balcón con quien irónicamente, a pesar de tantos amigos, ha sido mi única compañera fiel, la soledad. Sentado ahí me imagino de qué otra forma podría contarse mi historia si modificara un par de decisiones que tomé en el transcurso de mi madurez, quizá no estaría aquí relatando mi sentir y sería el futbolista que tanto soñé ser, pero fue en ese preciso instante cuando en una clara muestra de jerarquía, así como ese bar que sobrevive entre tanta novedad, mi esencia pidió paso al adulto rutinario en el que me convertí y reclamó la palabra: No se trata de juzgar las decisiones tomadas, no sirve de nada imaginar cómo sería lo que no fue, incluso es probable que en el momento en que tomé esas resoluciones, fuese así porque consideraba que era lo correcto. Por eso lo único realmente importante está en comprender el poder que reside en ti, ese que no mira al pasado ni espera al futuro, aquel que solo vive en el presente, ansioso de que lo descubras y te permitas compartirlo con el mundo que te rodea.

Pasé la noche pensando que si al dueño de aquel viejo bar le hubiesen preguntado hace años, sabiendo cómo sería la calle en la actualidad, si quería continuar teniendo el bar, su respuesta pudiese haber sido otra, así que al día siguiente dejé la pena a un lado, crucé la acera y me aventuré a preguntarle, esperando que su respuesta confirmara mi melancolía. Fue entonces cuando comprendí que nunca antes había estado tan equivocado, pues fue su apreciación la que me hizo encontrar las respuestas a las incógnitas que noche tras noche, ignorando la bulla del exterior, mi esencia no paraba de repetirme internamente. Me dijo: <<Sí, claro que sí, hijo, este bar representa lo que soy y lo que he hecho con lo que soy, el entorno ha cambiado y seguirá cambiando. Aun así, no quiere decir que por eso este bar deje de existir, al contrario, nos hemos ido reinventando él y yo año tras año con una sola condición: la de mantener viva nuestra esencia>>.

Calle del limón, Madrid, España.

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