El alma de un hombre-lobo

El alma de un hombre-lobo

Luisa Galiano

26/02/2018

D Bernabé Cifuentes no era un hombre muy común, si bien consideramos como cosa extraña la capacidad de convertirse en hombre-lobo las noches de plenilunio.

No era ni mucho menos una enfermedad hereditaria, ya que su padre había sido siempre un hombre intachable y gran trabajador. Todo empezó una noche de Luna Llena al cumplir los 18, con grandes convulsiones que desembocaron en un crecimiento desmesurado del vello por todo el cuerpo, incluidos los dientes, sobre todo los dos colmillos.

Pudo ser la cena o algún parásito transmisor de enfermedades. Nunca encontró la explicación. Tampoco pudo buscarla ni preguntar a nadie, porque… ¿a quién le cuentas tal enfermedad?

Si no estaba transformado nadie le creía, y si lo estaba, la conversación acaba enseguida.

Este problema acabó con su novia, la primera y la última, después de comérsela una noche durante un paseo. Nunca más se atrevió a acercarse a una chica, excepto para morderle el cuello.

Nadie sabía de su doble personalidad, ni su jefe D. Navarrete, ni sus compañeros. Bernabé ocultaba su estado encerrándose en casa para que nadie le reconociese. Cosa absurda sin duda, porque aunque feo, el Sr. Cifuentes no podría guardar ningún parecido con la bestia de ojos asesinos y dientes afilados que pisoteaba las calles al abrigo de la oscuridad, en pos de su horroroso alimento.

Su repugnancia por tales transformaciones, que a tantos psicólogos le había llevado, no desaparecía a pesar de los años. Aborrecía tanto su doble personalidad como la aborrecían sus víctimas. Terrible sobre todo por aquel apestoso aliento que le quedaba después de la matanza.

A la policía le traían de cabeza tales crímenes, que se repetían cada mes en la ciudad y una vez al año en la costa. A D.Bernabé le era muy difícil eludir el cerco, no le quedaba otra que devorar duros agentes en lugar de aquellos tiernos bocados de jovencitas.

D. Bernabé, que necesitaba cambiar de domicilio continuamente, se acababa de mudar a una casa solitaria y disponible en alquiler, al final de una calle oscura, sin recordar que ya había estado allí, al menos en la puerta, una noche de luna llena.

Se preparó su cena, íntegramente de verduras para equilibrar la dieta. Y esperó, desnudo y paciente, a que su cuerpo sufriera la periódica metamorfosis, pensando quién sería su pobre víctima. Algo que no podía prever, no era responsable de sus actos una vez transformado (cosa ingrata, ya que hace tiempo que se habría zampado al capullo de su jefe D. Navarrete). Salió a cuatro patas por la ventana de la cocina, dejando en la nueva casa al espíritu que en ella habitaba desde hacía siete años, y que desde arriba, con sus ojos invisibles, había observado tan dramática trasformación, reconociendo de inmediato al causante de su mal.

No había olvidado el espíritu de la casa, aquella cara de animal que le atacó a la entrada del pasillo, ni sus acerados colmillos que, con un estremecimiento, aún sentía clavados en su cuello.

No es casualidad, ni tampoco de extrañar, que coincidieran tan extraños personajes en un mismo lugar, el mismo Sr. Cifuentes era testigo de la cantidad de personajes raros que pululan por la noche en la ciudad. Varias veces se había encontrado con los ojos felinos de su compañera de fatigas, una mujer-pantera que trabaja por su zona y con la que nunca se había llevado bien (dada la consabida enemistad entre caninos y felinos, además de que en más de una ocasión le había quitado la presa)

Se alejó de los oscuros callejones donde la policía le buscaba y se deslizó por las grandes avenidas donde pudo encontrar a un grupito de desalmados que se disponían a atacar a una indefensa joven.

Aulló D. Bernabé Cifuentes de rabia ante tal abuso y se abalanzó sobre la chica antes que le robasen la presa. Clavó sus dientes en el aterrado cuerpo e intentó cerrarle la boca, ya que chillaba demasiado, mientras absorbía su cálida sangre hasta que se hubo saciado.

Volvió de madrugada a su casa confiado en dormir algunas horas antes de ir al trabajo. Sin embargo en la casa le esperaba rabioso el espíritu de D. Rafael de Campos, una de sus víctimas.

Se obró la metamorfosis en sentido contrario y D. Rafael pudo reconocer que efectivamente era más interesante como lobo que como hombre.

El ente hizo uso de todos las armas disponibles en su condición de espíritu: puertas que se abren y cierran, objetos volando por los aires, ruidos, susurros, aullidos, risas…sobre todo risas endiabladas, para no dejarle dormir ni un solo minuto.

D. Bernabé escondido y aterrado en un rincón, se protegía de la lámpara que bailaba y del cuadro que volaba de una pared a otra del comedor.

Dedujo nuestro hombre-lobo, familiarizado con el mundo paranormal, que algún espíritu habitaba en la casa y pidió ayuda a una médium, amiga suya y compañera de trabajo, de la sección de publicidad.

Pudieron al fin comunicarse y así descubrir quién era y qué quería el espíritu. Supo de sus deseos de venganza, gracias a la médium, de la que tuvieron que prescindir, ya que aquella noche de luna llena se quedó en casa más tiempo del debido.

Se estableció la comunicación con el espíritu. D. Bernabé le pidió disculpas alegando que no era consciente de sus actos. Nadie odiaba mas su doble personalidad que él. Discutieron quién era más desgraciado y a D. Bernabé se le ocurrió un cambio, y que cada uno juzgase.

Se eligió una noche de luna llena por supuesto. Se obró el ritual y en el momento en que iba a convertirse en hombre-lobo, D. Rafael, obedeciendo sus indicaciones, se metió en su cuerpo, librándole al fin de su licantropía, y adquiriendo él, sin dejar de ser espíritu, la personalidad de lobo.

D. Bernabé huyó como poseído…,pero aún como hombre, dejando al pobre Sr de Campos preso de nuevo, convertido ahora en el espíritu de un hombre-lobo.

Y para colmo…sin poder salir de casa.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS