Caminaba con prisa aquel primero de noviembre, iba a la plaza de armas a buscar una tienda abierta para poner dinero a mi línea de celular; era temprano, lluvioso y con mucha niebla. Era agradable ver aquellas calles vacías sin más ruido que la lluvia tenue, cuando llegué a la plaza, una luz tintineante proveniente de la glorieta llamó mi atención, mi curiosidad pudo más que la necesidad y fui a investigar qué era esa luz.
La niebla impedía visibilizar con claridad, al llegar noté que era solo un papel metálico puesto dentro de la glorieta, la singularidad del texto en el papel llamó mi atención, era una propaganda para la corrida de toros de la famosa fiesta de San Juan de 1940.
No presté mayor importancia al asunto y regresé a las escaleras de la glorieta, el piso estaba mojado, así que tuve cuidado al decender; note que el empedrado de la plaza era más desnivelado que de costumbre, al llegar a una de las esquinas perdí el sentido de orientación debido a que la esquina, no lucía como de costumbre, volteé la vista hacia atrás y me aseguré de estar en la dirección correcta, solo que el alrededor lucía muy diferente.
Empecé a pensar que estaba en un sueño, las casas que solía conocer no estaban en su lugar, solo había aquellas casonas de dos pisos con grandes puertas y extensos balcones de color celeste, blancas paredes de adobe, veredas y calles empedradas.
El relincho de un caballo me hizo despertar del trance que me había inmovilizad, la niebla se iba desvaneciendo, cuando decidí regresar a casa escuché murmullos de pelea, había gente que iba apareciendo de todos lados, algunos iban con terno, corbata y sombrero, otros con poncho y alforja; algunas mujeres llevaban la típica vestimenta de las zonas rurales: faldones de varias capas denominados “fondos”, que carecían de ropa interior, con blusas colorida y aretes luminosos. Las mujeres del pueblo llevaban vestidos de tres cuartos de largo, con tacos y bolsos.
El murmullo iba creciendo y mi curiosidad también, me dirigí junto con los curiosos que iban a ver qué pasaba, llegamos al mercado dónde se escuchaban los insultos de la gresca de dos mujeres de la zona rural:
– ¡Zoila Puta! gritaba una,
– ¡Yola arrecha! replicaba la otra,
Ambas se enzarzaron en forcejeos, una de ellas se colgó de las trenzas delanteras de la otra, la que respondió de la misma manera y resultaron pegadas por la frente debido al tirón de trenzas, las dos iban haciendo rodeos sin soltarse. La escena era cómica pero la situación iba empeorando así que algunos curiosos fueron a llamar a los policías que rápidamente llegaron.
A pesar de la seriedad de los policías en sus amenazas de meterlas presas por desorden, una de ellas respondió:
–!Prefiero irme presa luego de desgranar las muelas de esta arrecha maldiciada!
y la otra respondió:
–¡La voy a bañar en sangre de una cachetada!
Las risas de la gente se hacían presente luego de cada contestación.
Los policías cansados, dejaron de forcejear con ellas y se acercaron para conversar entre ellos; algo se susurraron, luego cada uno se colocó detrás de las revoltosas, contaron hasta tres y al mismo tiempo levantaron los fondos, dejando al descubierto el culo calato de las mujeres, que inmediatamente se soltaron y bajaron los fondos, coloraditas corrieron despavoridas ante las risas generales.
Uno de esos policías se acercó y me preguntó qué hacía ahí. Y yo…¡me acordé de que estaba viviendo una situación muy rara! atiné a decirle que me perdí.
– Tú no eres de aquí, aseveró, – ¿de dónde vienes?
– De Trujillo, finalmente respondí, he venido a visitar el hospital
El policía me dijo entonces:
– tengo una hijita enferma, ¿podrías venir a mi casa?
– Pero no soy médico, arrepentida respondí.
– Seguro sabes de esas cosas, por favor acompáñame, replicó
Y me dirigió a su casa, haciendo preguntas sobre Trujillo.
Al llegar, mi cuerpo se escarapeló…¡era la desaparecida casa de mis abuelos! Sobresaltada y con el corazón palpitante le pregunté cómo se llamaba, y su respuesta me paralizó…
¡Era mi abuelo! no recordaba su rostro porque murió cuando estaba pequeñita.
–¿Te encuentras bien?
– Si, respondí sonrojada
– Por favor entra a la casa, dijo abriendo la puerta
–¡Aleja! empezó a llamar,
Hermosa y joven mi abuela apareció con una bebé en los brazos,
–No para de llorar, dijo mortificada.
Atiné a revisar el cuerpo de la bebe y me di cuenta que una mosquita estaba dentro de su oreja, coloqué una gota de alcohol dentro y el intrépido insecto salió volando, y el llanto paró.
–¿cómo se llama? pregunté,
–Edita, respondió contenta
Ella es mi mamá dijo mi subconciente aturdido.
Mis abuelos agradecidos me invitaron almorzar, pero necesitaba ocultar mi conmoción, así que les respondí que regresaría.
Salí de la casa con los sentimientos a flor de piel, observé alrederor y era como si mirara a través de los ojos de mi madre, la calle terminaba en los límites del pueblo, las casas eran de adobe y tejas, las veredas empedradas y los niños jugando en la calle sin miedo a algún peligro.
Recordé que divisé la antigua iglesia aún en pie, por lo que me dirigí a la plaza otra vez; al llegar decidí descansar en una de las banquillas, sentía mi cabeza dar mil vueltas, tuve que cerrar los ojos y respirar profundo. Algunas gotas de lluvia empezaron mojar mi rostro.
– Señorita, ¿se siente bien? una voz pregutó
– Sí, respondí abriendo los ojos –solo descansaba un rato.
El hombre me miró extrañado y dijo:
– Vaya a casa, la lluvia caerá más fuerte.
– Gracias repliqué
Recordé entonces que era el guardián de la plaza del 2016, miré alrededor y todo había regresado a la normalidad, confundida regresé a casa preguntándome si fue un sueño, lo imaginé o realmente pasó.
No lo sé, pero estoy feliz.
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