Andábamos en busca de una barda. Así dicho, parece sencillo e incluso absurdo, pero no. Se trataba de una barda precisa, envuelta en verdes desconocidos y con el encanto que sólo tienen los misterios. ¿Y dónde estaba?

Responder esa pregunta era lo espinoso. Las bardas se hallaban en todas partes, como una plaga; había que recorrerlas, en auto o a pie, o tal vez en helicóptero. En helicóptero es más complicado Podía hacerse a caballo o en bici. Todo era potencialmente posible.

Permanecimos observando hasta que nos sorprendió la oscuridad cerúlea, negra como el fondo de un pozo; un pozo despreciable y artificial.

Una oquedad extravagante nos envolvió y no sé explicarlo, pero era como una mochila de látex rústico, que no se halla en esta tierra, con la forma de una espátula; contenía la noche azul, tan azul que ya casi se pensaba como el negro de la cerrazón. Y sí la noche se estremecía manaban otros cielos, de estados disímiles.

—Soy conciudadana de la barda —dijo Rebeca, una de mis compañeras— y me importa. Yo permaneceré aquí hasta que amarillee.

Su testimonio fue tan definitivo que el resto del grupo entendió que no dudaba.

—Jamás amarilleará —dijo una licenciada en suelos, envuelta en su poncho mapuche.

— Bien, estaré aquí eternamente en ese caso —manifestó Rebeca.

Volviendo a la barda en cuestión. Se la conoce como Bardal o Encuentro de una Tierra Grande; pero ninguno estaba al tanto de dónde se ubicaba, ni en qué tiempo emerge. Porque no era una barda estable. En ocasiones la barda se transmuta en una cavidad convexa que atraviesa las alturas, un depresión humedecida y fungosa, que disfruta de los chaparrones y las tormentas, y pernocta en tanto la luna se recoge y luego el sol la apremia y ella, despistada como una gallina, da vuelta en su curvatura y se eleva; puede verla cualquiera o ninguno. Ese es el embrollo que hay que explicar. ¿Quién es cualquiera? ¿Un viejo, un niño, un perro, un pájaro? Nunca lo sabremos. Cuando baja y toma tierra, atestiguan que emite un rezongo que impresiona. ¿Una barda que rezonga? Hubo muchas especulaciones en torno a ello. ¿El rezongo provenía de algún viejo bribón? Nadie lo sabía, pero la tierra en esos momentos ya no era la misma. –

Contempladas desde lejos, las bardas parecen minúsculas. El asunto es que jamás dimos con la posición exacta, si la había, aunque sí supimos que una vez que se emprendía el viaje en su busca y se volvía sin verla, uno ya no era uno mismo. Y para esa realidad ociosa, no se admitían atenuantes.

Las bardas son una especie en extinción. Al menos en mi barrio, que antes, muchos “antes”, era barda. –

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